En Venus y Adonis Tiziano
concibe una Venus de espaldas para ser contemplada en el mismo espacio que la Dánae que se muestra de frente, siguiendo un modelo de desnudo propuesto por Giorgione. Ambas formaban parte de las Poesías, una serie de
cuadros que Tiziano entregó a Felipe II, famosas en su época, y aun hoy, por
expresar tan claramente el erotismo. Pero si las dos versiones expresan
erotismo, el de Tiziano es intelectual, mientras el del Veronés es más sensual.
Las dos expresan momentos diferentes del mito: en Tiziano Adonis es
retenido por Venus para que no vaya a cazar al jabalí que le ha de matar, la del Veronés es del momento
anterior. En éste la cabeza de Adonis reposa en el seno de Venus, después de
haber hecho el amor, justo en el momento en que Venus intuye que Adonis va a
perder la vida cuando se interne en el bosque para cazar. Todo en el cuadro
contribuye a expresar esta idea. En el hermosísimo rostro de Venus aparece la
transición entre la felicidad reciente y el temor a perder a su amado: los
mofletes colorados y el gesto de contrariedad, de incredulidad o rechazo. En
el momento de mayor felicidad aparece la idea del drama. Por el contrario,
Adonis duerme plácidamente, ajeno a su desgracia. En Venus aparecen colores cálidos,
en la encarnación y fríos en el vestido que la cubre a medias, en su cuerpo se inicia la agitación, con el brazo rechazando lo que ha de venir. Los colores que
cubren el cuerpo en escorzo y distendido de Adonis son cálidos. De los dos perros
que forman parte de la composición, uno expresa la felicidad del amor complacido,
el otro es contenido por Cupido para no despertar a su amo y salir corriendo hacia el
bosque. También en el paisaje se advierte tal progresión, de los verdes claros
y abiertos a la oscuridad del bosque que espera la muerte de Adonis. Tiziano pintó cinco versiones de esta historia, pero la que a mí me emociona es la del Veronés.
En Dánae Tiziano lucha contra sí mismo, la pintó hasta cinco veces, algunas con clara intervención de su taller, pero en este caso la que a mí más me gusta es la que se exhibe en el Prado. El tema habla de Dánae, hija del rey de Argos, encerrada en una cámara subterránea por su padre, Acrisio, para que no conciba al nieto que le ha de matar. Pero Zeus el rijoso transformista se cuela convertido en lluvia de oro. Efectivamente de esa curiosa unión nacerá Perseo que accidentalmente acabó con la vida de su abuelo, tras vencer a la Gorgona. Tiziano separa en diagonal a la voluptuosa Dánae de la codiciosa vieja, cada una percibiendo el polvo de oro que desciende de muy diferente manera. Tiziano no sólo juega con la composición y los colores, fríos y cálidos, claros y oscuros, y tantos matices, con la juventud y vejez de los personajes, una de frente y desnuda, la otra de espaldas y vestida, con el simbolismo del perro y las llaves, sino sobre todo con la pincelada suelta y la disolución de líneas y contornos de sus últimos años. Una obra maestra.
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