Suelen
decepcionar los escritores que uno admira cuando los tiene delante y hablan,
cada uno con sus razones y gestos, tan separados de la imagen que uno se ha
hecho de ellos leyéndolos, tan ineficaces en defender su obra o tan imbuidos de
su papel de escritores o tan cansados de acudir ese día a charlar con sus
lectores pudiéndose haber quedado en casa o ir a cenar con la familia o amigos.
No así Andrés Trapiello, hoy, cuando le he visto por primera vez al natural, semejante
en todo a la imagen que yo tenía de él, quizá un poco más bajito, pero con el
pantalón de pana, el chaleco y la americana, la camisa desabotonada y ese
flequillo que gasta, algo canoso ya, como en las fotos que aparecen en sus
libros, su hablar pausado, entregado a la conversación, sin reservarse, quizá sin
ese punto de cierta maldad que uno le supone, a veces, al leerle los diarios.
El único problema es que yo tenía un cesto de preguntas que hacerle, tan
inabarcable es su mundo, y que la charla me ha parecido quedarse en nada,
aunque no ha sido así, porque ha hablado mucho, aunque lo que ha dicho yo ya lo
sabía por haberle leído a conciencia. Me hubiera gustado salir de la sala y
seguir la charla en otro lugar, en el bar, en un restaurante, decirle todo lo
que he ido pensando mientras le leía, pero no está en mi condición perseguir a
gente famosa. Hay algo sin embargo que yo le reprocharía, no el que diga de sus
diarios que forman parte de una novela en marcha, que sí me lo parece, sino que
los personajes que en ellos aparecen, nombrados con una X en general, o a veces
con iniciales, no tienen un referente real, que nadie habría de sentirse
aludido, porque no recuerda cuando escribe quién había detrás –va escribiendo y al
cabo de seis o siete años los reescribe para publicarlo, cuenta-, supongo que
es una manera de defenderse contra las quejas de la realidad, pero yo no me lo
creo, son dibujos del natural tan precisos y detallados, habla de personas tan reales,
muchas veces con crueldad, desvelando defectos y vicios, imposturas y engaños
que el lector los ve delante de sí, tan cercanos a su propia experiencia.
La gente ha escuchado un poco incrédula pero riente su poco amor por los libros
o su desafección a la escritura, teniendo delante una larga mesa con una ristra
de parte de los muchos libros que ha ido publicando, dieciocho sólo de sus
diarios, conociendo su pasión bibliófila y aun su oficio de editor y tipógrafo,
su protesta por no reconocerse como novelista porque lo que hace son crónicas,
distinguiendo literatura y vida, la defensa de una escritura no literaria,
apegada al habla, donde los libros son una excusa para escribir de la vida que
es lo que importa, con arrobo su afición cervantina, su confesión del cansancio
y el dolor de ojos al escribir esta novela que ahora presenta, El final de
Sancho y otras suertes, por lo que ha tenido que consultar en papeles antiguos para hacer a los
personajes sacados del Quijote verosímiles, como doy fe de ello pues he leído
la primera parte y ahora leo la segunda, no del Quijote de Cervantes sino del
de Trapiello.
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