Esta última
exposición del año Greco está dedicada a la manera de trabajar del pintor
cretense y a su taller. Tras una breve referencia a su paso por Venecia y Roma,
la exposición del Palacio de Santa Cruz se centra en su etapa de Toledo y a las
obras realizadas por el maestro y sus discípulos en su taller, su hijo Jorge
Manuel, Orrente, Luis Tristán y otros. El Greco es un pintor único y enseguida se ve
su mano separada de los pintores que le ayudaban en las series de pinturas
sobre cuadros que tuvieron éxito, los San Franciscos, las Magdalenas, las Crucifixiones,
Anunciaciones, Apostolados –ocho series-, Expolios, Cabezas de Cristo,
encargadas por clientes de diferente rango y capacidad adquisitiva, parroquias,
conventos, particulares, algunos pidiendo la obra del genio en exclusiva, otros
conformándose con los artesanos del taller.
Además de
las obras de taller hay importantes obras debidas a la paleta única del Greco.
Me gustaría destacar cuatro. La primera La
visión de San Francisco de Cádiz,
obra sorprendente por su intensidad, la mirada pasional, mística del santo, con
una escala cromática corta, entre pardos y marrones, con algunos pequeños
toques en rojo y verde, parece una obra posmoderna, hiperrealista. La Inmaculada Oballe, otra genial obra,
en la que el pintor, como en el resto de las pinturas de la última etapa, se
aparta del realismo –ni siquiera es fiel al Toledo que dibuja en la parte baja
del cuadro, con un horizonte muy bajo donde apunta un sol entre nubes, un
Toledo imaginario- y se centra de facturar cuadros personales, manieristas, donde
de lo que se trata es de crear su personalísima belleza, aquí distorsionando
las figuras y la escala, creando el ritmo con los drapeados y el color, haciendo danzar a los ángeles músicos,
alrededor de la Virgen, ella misma en movimiento. Pentecostés, también del Prado, una explosión de color, cabezas en
una gran variedad expresiva, gestualidad, pliegues, y variaciones tonales. Y La Anunciación, también del Prado, que
se compara con otras dos.
La
exposición se completa con las cinco que ofrece la sacristía del hospital de
Tavera, de las que destacan, La Sagrada
Familia o La buena leche, en la
que las formas geométricas del rostro de Santa Ana preludian Las señoritas de Avinyo de Picasso, El
Retrato del Cardenal Tavera que se podría comparar con el retrato del cardenal
de Rafael o el Inocencio VIII de Velázquez, a pesar de sus grandes diferencias,
y el enorme, en tamaño y calidad, Bautismo
de Cristo.
Tras El Griego de Toledo y El Greco y la pintura moderna, esta hace
la tercera gran exposición del año dedicado al cretense. Sigo pensando que ha
faltado una cuarta, una que mostrase las influencias del Greco, con obras de
pintores bizantinos, venecianos y romanos enfrentadas a las de aquel.
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