La versión
de Helena Pimenta de la obra de Rojas Zorrilla, Donde hay agravios no hay celos, en el Pavón (CNTC) si peca de
alguna cosa es de exceso, de llevar las cosas más allá de lo que el texto
permitiría en una versión estrictamente clásica. Eso tiene su lado positivo y
su lado negativo. Es una versión vivaz, divertida y, creo, el público se lo
pasa bien y ríe mucho. ¿Por qué excesiva? Los actores hacen volar al texto, sobre
todo en la primera parte, se mueven con mucha soltura en el escenario, bailan,
se agitan, a veces cantan, dicen el texto muy bien, con muy buena dicción, pero
tan rápido que cuesta seguirles y a pesar de la concentración máxima es difícil
captar todos los versos, que es lo que uno desea en una obra clásica. Es una
opción válida por parte de la directora porque de ese modo se acorta el tiempo
de representación, que aún así dura casi dos horas, y por otro lado ayuda al
dinamismo, a la sucesión de escenas sin sosiego. Por el lado negativo, se
pierde como digo, el sentido del texto, el español tan fresco y rico de Rojas
Zorrilla, una sorpresa muy agradable para quienes no estamos familiarizados con
él. Exceso también en el subrayado de los elementos de comedia, y hay muchos,
que en manos de Helena Pimenta se convierten es farsa, exceso porque lleva al
espectador a una interpretación cómica de ideas que en la época no lo eran: el
sentido del honor, el papel de la mujer, el machismo. Y hace bien la directora,
porque hoy no se entendería que una mujer forzada perdonase tan fácilmente a su
ofensor o que el hermano de la mujer le echase en cara la violencia que ha
sufrido o que todo se arreglase, al fin, con boda. Quizá, en el programa de
mano debería figurar que hay una doble autoría del texto, la de Rojas junto a
la de Helena Pimenta. Es una cuestión debatida, ¿hay que presentar a los clásicos
tal como fueron escritos o hay que actualizarlos? Por ejemplo, ¿se atrevería
alguien a traducir El Quijote al
español actual? En el teatro eso está permitido, aunque es discutible.
Los actores
dicen muy bien el texto, pero, creo que algunos gritan demasiado, lo que les
hace caricaturescos en vez de personajes, casi figuras de guiñol, es el
problema de jugar a la farsa. La pantomima, los gestos exagerados, los
movimientos de danza buscan la complicidad del público por encima del texto,
buscándole una interpretación moderna lo que desnaturaliza el texto original.
No lo critico pero me gustaría ver el mismo texto en una versión de época para
ver como sonaba, cómo lo podía entender el público de entonces. Es un gran
hallazgo el acordeón que durante casi toda la representación la acompaña,
marcando el ritmo, la cadencia, los cambios, los interludios.
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