Pula es una
pequeña ciudad situada en la punta de la península de Istria. Actualmente tiene
unos 60.000 habitantes, de los cuales el 15 % son italianos y el resto croatas.
Su historia es como la de casi toda Europa un ir y venir de pueblos, algunos de
los cuales se acomodaron a lo que había y otros quisieron imponerse por la
fuerza: griegos, romanos, eslavos, venecianos, austrohúngaros, franceses de
Napoleón, yugoslavos, fascistas de Mussolini, nazis, socialistas de Tito y por
fin croatas. Los venecianos, en su largo dominio, siguiendo su famoso dicho, “Primero
somos venecianos y después cristianos”, usaron la ciudad a su antojo,
construyendo y destruyendo, llevándose monumentos a Venecia, como la Basílica de Santa María Formosa, bizantina del siglo VI, de la que queda un pequeño oratorio de planta circular. Hasta
el mismísimo anfiteatro quisieron llevarse pero suponía un esfuerzo enorme, aún
así arrancaron, por ejemplo, muchos de los anclajes de plomo originales que
sujetaban los sillares. Como Pula no es zona sísmica ese destrozo no ha tenido la
importancia que en otros lugares donde ha contribuido al derrumbe de
importantes monumentos romanos.
Los austriacos convirtieron el
puerto de Pula en la base de su flota –la sexta de entonces-, aventura que se
truncó con el final de la 1ª Guerra Mundial. Pero quienes mayor destrozo
hicieron fueron los fascistas italianos de entreguerras, no tanto en el
patrimonio de la ciudad –de su periodo quedan muchas huellas, edificios, monumentos- sino entre la
población, a quien quisieron italianizar a la fuerza. Tras la guerra volvieron
tornas, se expulsó a la mayoría de la población italiana y se croatizó al
resto, imponiéndose en la escuela, cambiando los nombres y todo lo demás.
El
anfiteatro lo inició el emperador cojo, Claudio, y lo terminó Vespasiano en el
año 69. Las diferencias se ven en el color de la piedra de diferentes canteras,
oscura y clara respectivamente. Los distintos dueños de la ciudad han metido
mano en la gran obra, unos llevándose sillares para construir otros edificios,
como los cristianos su catedral, otros para reconstruirlo, siguiendo criterios no muy ortodoxos, hasta el punto de que la UNESCO no ha querido dar su
marchamo de protección al monumento por esas diferencias en la reconstrucción.
La fábrica es impresionante. Es el tercero del mundo en tamaño, tras Túnez y Roma, 130 por 100,
para 20.000 espectadores. Constaba de cuatro torres con
escaleras de madera para el acceso y 12 puertas. En la cavea, del
graderío no queda sino la mala simulación que hicieron los venecianos sobre lo
previamente destruido. Dos órdenes de arcadas con 72 arcos y un tercer nivel con
aberturas rectangulares que señalaba la posición del pueblo en los espectáculos
de gladiadores y fieras. Se piensa que la naumaquia tenía lugar en el puerto. El
agua lamía la base del anfiteatro. Junto a la puerta triunfal estaba el templo
de Némesis, diosa de la venganza, donde los gladiadores ofrecían su coraje y
prometían juego limpio a cambio de la victoria. En los sótanos hay una exposición
permanente sobre ánforas, su construcción y transporte –por ejemplo un carro
cuyo eje tenía la misma longitud que hay hoy entre los raíles del ferrocarril-,
así como sobre la producción de aceite y vino y el proceso que los romanos seguían
para su extracción.
No se sabe de
qué fuentes de financiación dispuso Vespasiano para construir el impresionante
anfiteatro de Pula, pero es posible que hiciera uso del impuesto que instauró
sobre el uso de letrinas públicas, más o menos como se hace hoy a pocos metros de la puerta de entrada. Sigue vivo el
famoso dicho del emperador, Pecunia non
olet, cuando al turista le entran ganas de aliviarse.
El
anfiteatro estaba al pie de la ciudad romana y ésta en una pequeña colina sobre
el puerto, de la que quedan partes de su muralla, construida cuando los
bárbaros estaban a punto de entrar en Pula. Se ve en su fábrica el acopio de
sillares de procedencia y tamaños diversos, prueba de la premura y el miedo con
que los romanos la construyeron, ante lo que se les echaba encima.
Se conservan alguna de las
puertas, como las gemelas, una sesgada para que los carros accediesen al camino interior de
ronda de la muralla, porque en esta ciudad no había cardo y decumano,
un mausoleo, el arco de los Sergios, en la entrada al foro, un arco monumental levantado
por una mujer de una poderosa familia romana en honor de tres de sus miembros más
conspicuos o un gran mosaico casi entero, la representación del castigo de Dirce,
que se descubrió gracias a los estragos de una bomba de la 2ª Guerra Mundial, o
el teatro, muy mal cuidado, en lo más alto de la colina.
En el centro de la antigua ciudad
romana queda intacto el templo de los deificados Roma y Augusto, del siglo I ac, aunque no los otros
dos que lo acompañaban. La plaza es un mosaico de edificios, recuerdo de las
diferentes culturas que han pasado por Pula, como el hermoso ayuntamiento.
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