El líder político de la oposición muestra signos de cansancio, los afiliados empiezan a contestarle, así que decide tomarse unas vacaciones sin consultar al resto de los dirigentes en un momento crítico preelectoral. Se va a París, a encontrar a una novia de juventud, ahora casada con un cineasta chino y con hija. Los dirigentes del partido lo buscan sin éxito, hasta que su principal ayudante se acuerda de un hermano gemelo del líder, que se dedica a escribir sobre filosofía, aunque tiene un inconveniente, está en un sanatorio psiquiátrico tratándose de un trastorno bipolar. Consigue, sin embargo, convencerlo para que sustituya a su hermano. La operación es un éxito, el hermano comienza a dar entrevistas y hacer discursos y a abrazar a la gente con la que se va encontrando, sorprendiendo a todo el mundo con su espontaneidad y sinceridad. Los dos hermanos siguen su propia terapia, uno recuperando la juventud perdida, fuera de los focos, el otro encontrando la admiración y la simpatía fuera del ámbito cerrado donde hasta entonces se ha movido.
Esa es la
gracia de esta comedia, un guión sin grandes pretensiones pero divertido, que
parece encontrar la solución a eso que se ha venido en llamar desafección hacia
la clase política en la renovación de las palabras y en la cercanía a la gente.
Mucha simpatía y buen rollo a cargo del gran Toni Servillo, en esta ocasión desdoblado, el actor
de La gran belleza. Pero me parece que si los espectadores sonríen con
esta amable sátira/reconstitución de nuestros representantes políticos, esos
espectadores trasformados en electores no se conformarán con la vaga solución a
los grandes problemas que la película ofrece.
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