“En un armario encontré un libro titulado La vida de Jesús. Me sorprendió. No creía que fuera posible dudar de la divinidad de Jesucristo. Lo leí a escondidas sin decírselo a nadie. “Entonces, ¿de que puede uno estar plenamente seguro?”; me dije a mí mismo”.
Estilo
sincopado de frases cortas y referenciales. ¿Es así como un niño ve el mundo? Porque el prota y narrador de
esta La ciudad de N es un niño que vive con su maman. Ella, tras
la muerte del padre, ve cómo sus ingresos descienden dramáticamente y ha de
emplearse en una oficina de telégrafos. Conocen gente, algunas amistades las
pierden, visitan, les invitan a otras ciudades en verano. Pasan los
acontecimientos, la guerra con Japón, 1905, el asesinato del ingeniero a quien
visitaban a menudo –“Por supuesto, no lo habrían matado si no hubieran tenido
razones”-, los representantes en la
Duma. El cambio súbito de las estaciones. La llegada de los
inventos: la fotografía viva o el teatro eléctrico, los aviones que surcan el
cielo. Las lecturas: Dostoievski, Los tres mosqueteros y el conde de
Montecristo. Chéjov, Tólstoi. Las chicas y las notas secretas. La amistad que
viene y se va. La construcción de la catedral y sus cúpulas doradas. La
escuela, los profesores, los poemas.
A medida
que el chico crece, cuando se acerca a los quince años, las frases se hacen más
largas y los sucesos más significativos, la relación con los compañeros y con
las mujeres se vuelve distinta. Las manos se tocan, los cuerpos se aproximan. La
observación se muda en reflexión: "Nos lamentamos de cómo nos engañaban en
la escuela y de que solo lográbamos descubrir la verdad de manera
fortuita", pero el estilo no cambia. Esta breve novela, la única que
escribió su autor, Leonid Dobychin, es como un tapiz que se va tejiendo a
hiladas, en el detalle mostrando pequeños sucesos y movimientos del alma,
engaños y afectos, burlas y anhelos, pero en su conjunto compone el pálpito
entero de una sociedad. Más simbolista que realista, el autor, que escribe a
mediados de los años treinta del siglo pasado, rememora sus años de infancia y
juventud cuando la sociedad rusa era otra, aunque no se vea de modo inmediato
la nostalgia que sobrevuela sus frases porque no está permitido añorar, al
contrario la consigna es alabar el cielo que se está construyendo en la nueva
tierra. No en vano las obras de Dobychin fueron prohibidas, La ciudad de N un
año después de ser publicada. Las autoridades comprendieron que a pesar de no
aludir directamente a los sucesos políticos, el autor ponía en evidencia el
cambio que la revolución comunista estaba imprimiendo. El autor murió en las
aguas del Neva dos meses después de la prohibición.
La novela acaba cuando el autor deja la escuela y hace los exámenes para iniciar estudios más serios, cuando, después de mostrar de continuo problemas de visión, se pone por fin cristales graduados delante de los ojos y afirma, con la fina burla que medio ocultan sus frases, que ahora por fin puede ver con claridad. De esas novelas que al
acabarlas uno quiere volver a empezarlas de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario