miércoles, 4 de junio de 2014

La ciudad de N, de Leonid Dobychin



 
           “En un armario encontré un libro titulado La vida de Jesús. Me sorprendió. No creía que fuera posible dudar de la divinidad de Jesucristo. Lo leí a escondidas sin decírselo a nadie. “Entonces, ¿de que puede uno estar plenamente seguro?”; me dije a mí mismo”.

            Estilo sincopado de frases cortas y referenciales. ¿Es así como un niño  ve el mundo? Porque el prota y narrador de esta La ciudad de N es un niño que vive con su maman. Ella, tras la muerte del padre, ve cómo sus ingresos descienden dramáticamente y ha de emplearse en una oficina de telégrafos. Conocen gente, algunas amistades las pierden, visitan, les invitan a otras ciudades en verano. Pasan los acontecimientos, la guerra con Japón, 1905, el asesinato del ingeniero a quien visitaban a menudo –“Por supuesto, no lo habrían matado si no hubieran tenido razones”-, los representantes en la Duma. El cambio súbito de las estaciones. La llegada de los inventos: la fotografía viva o el teatro eléctrico, los aviones que surcan el cielo. Las lecturas: Dostoievski, Los tres mosqueteros y el conde de Montecristo. Chéjov, Tólstoi. Las chicas y las notas secretas. La amistad que viene y se va. La construcción de la catedral y sus cúpulas doradas. La escuela, los profesores, los poemas.
           
            A medida que el chico crece, cuando se acerca a los quince años, las frases se hacen más largas y los sucesos más significativos, la relación con los compañeros y con las mujeres se vuelve distinta. Las manos se tocan, los cuerpos se aproximan. La observación se muda en reflexión: "Nos lamentamos de cómo nos engañaban en la escuela y de que solo lográbamos descubrir la verdad de manera fortuita", pero el estilo no cambia. Esta breve novela, la única que escribió su autor, Leonid Dobychin, es como un tapiz que se va tejiendo a hiladas, en el detalle mostrando pequeños sucesos y movimientos del alma, engaños y afectos, burlas y anhelos, pero en su conjunto compone el pálpito entero de una sociedad. Más simbolista que realista, el autor, que escribe a mediados de los años treinta del siglo pasado, rememora sus años de infancia y juventud cuando la sociedad rusa era otra, aunque no se vea de modo inmediato la nostalgia que sobrevuela sus frases porque no está permitido añorar, al contrario la consigna es alabar el cielo que se está construyendo en la nueva tierra. No en vano las obras de Dobychin fueron prohibidas, La ciudad de N un año después de ser publicada. Las autoridades comprendieron que a pesar de no aludir directamente a los sucesos políticos, el autor ponía en evidencia el cambio que la revolución comunista estaba imprimiendo. El autor murió en las aguas del Neva dos meses después de la prohibición. 

            La novela acaba cuando el autor deja la escuela y hace los exámenes para iniciar estudios más serios, cuando, después de mostrar de continuo problemas de visión, se pone por fin cristales graduados delante de los ojos y afirma, con la fina burla que medio ocultan sus frases, que ahora por fin puede ver con claridad. De esas novelas que al acabarlas uno quiere volver a empezarlas de nuevo.

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