Primero hay una madre y un hijo,
mayores, adultos. El hijo en una treintena mal llevada. Hay una
larga conversación entre la madre y su hermana, un monólogo casi. La madre se
lamenta del alejamiento de su hijo por causa de la nuera. Un lamento agrio más
que sentimental. Luego sucede el accidente. El hijo atropella a un chaval que
cruza la autopista. Estamos en Rumanía y quien la haya visitado sabe cómo
suceden esas cosas. El chaval muere, no así el que lo atropella. En seguida se
ponen en funcionamiento los contactos, las influencias, el poder de quien está
próximo a la cadena de mando, tan propio de las sociedades poco democráticas. Aún funciona
en nuestro país, aunque no con la indecencia de las décadas pasadas. La madre mueve
los hilos para que no encarcelen a su hijo, para que le dejen ver el expediente.
Habla con un testigo, el principal: su hijo competía en velocidad con ese
hombre cuando sucedió el accidente, cuando lo adelantaba muy por encima de la
velocidad permitida, 140 kms por hora. Se reúnen en un bar, discuten el precio,
con la frialdad y el cinismo de quienes su código moral les pone a salvo de la culpa. La madre
aprovecha el accidente para devolver a su hijo al redil. Hay una escena
familiar donde ella intenta mostrar su poderío: humilla a su marido, trata de
anclar al hijo mostrándose como la única capaz de sacarle del aprieto, presiona a la nuera. El hijo
se resiste. La madre hace un esfuerzo supremo para conducirlo hasta la casa del
chaval atropellado y muerto. Es la escena final, donde hay imágenes en conversación e imágenes mudas, pero su significado es escurridizo, parecen querer decir más de lo que dicen.
Es una peli
áspera, sin ningún elemento de humor, asfixiante, donde los personajes son
extraños, secos, sin afectos, vecinos de un planeta inhumano. No dudo que
existan personas así. Existen, las he conocido, están más cerca de la
patología que de la normalidad. Y aunque guionista y director quieran
mostrarnos el lado negro del poder y de las clases altas -¿quién duda de que no se
comporten de ese modo, por lo menos una parte de ellos?-, lo que en realidad se nos ofrece
en pantalla en un caso concreto, personas que llaman la atención no por su
cercanía a la impunidad y al privilegio, sino más bien por la excrecencia mórbida
de su personalidad. Es decir, pornografía más que sociología, telecinco más que
análisis social. Así que de qué nos sirve verlas en el cine: no instruyen, no
podemos empatizar con ellas, nos repelen, no querríamos tenerlas por vecinos, encontrarnos con ellas. Creo que
son más carne de documental que de ficción. La peli toda ella transita por ese
territorio oscuro, frígido, sin música, sin alegría.
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