domingo, 1 de junio de 2014

Madre e hijo (Pozitia copilului)


Primero hay una madre y un hijo, mayores, adultos. El hijo en una treintena mal llevada. Hay una larga conversación entre la madre y su hermana, un monólogo casi. La madre se lamenta del alejamiento de su hijo por causa de la nuera. Un lamento agrio más que sentimental. Luego sucede el accidente. El hijo atropella a un chaval que cruza la autopista. Estamos en Rumanía y quien la haya visitado sabe cómo suceden esas cosas. El chaval muere, no así el que lo atropella. En seguida se ponen en funcionamiento los contactos, las influencias, el poder de quien está próximo a la cadena de mando, tan propio de las sociedades poco democráticas. Aún funciona en nuestro país, aunque no con la indecencia de las décadas pasadas. La madre mueve los hilos para que no encarcelen a su hijo, para que le dejen ver el expediente. Habla con un testigo, el principal: su hijo competía en velocidad con ese hombre cuando sucedió el accidente, cuando lo adelantaba muy por encima de la velocidad permitida, 140 kms por hora. Se reúnen en un bar, discuten el precio, con la frialdad y el cinismo de quienes su código moral les pone a salvo de la culpa. La madre aprovecha el accidente para devolver a su hijo al redil. Hay una escena familiar donde ella intenta mostrar su poderío: humilla a su marido, trata de anclar al hijo mostrándose como la única capaz de sacarle del aprieto, presiona a la nuera. El hijo se resiste. La madre hace un esfuerzo supremo para conducirlo hasta la casa del chaval atropellado y muerto. Es la escena final, donde hay imágenes en conversación e imágenes mudas, pero su significado es escurridizo, parecen querer decir más de lo que dicen.

            Es una peli áspera, sin ningún elemento de humor, asfixiante, donde los personajes son extraños, secos, sin afectos, vecinos de un planeta inhumano. No dudo que existan personas así. Existen, las he conocido, están más cerca de la patología que de la normalidad. Y aunque guionista y director quieran mostrarnos el lado negro del poder y de las clases altas -¿quién duda de que no se comporten de ese modo, por lo menos una parte de ellos?-, lo que en realidad se nos ofrece en pantalla en un caso concreto, personas que llaman la atención no por su cercanía a la impunidad y al privilegio, sino más bien por la excrecencia mórbida de su personalidad. Es decir, pornografía más que sociología, telecinco más que análisis social. Así que de qué nos sirve verlas en el cine: no instruyen, no podemos empatizar con ellas, nos repelen, no querríamos tenerlas por vecinos, encontrarnos con ellas. Creo que son más carne de documental que de ficción. La peli toda ella transita por ese territorio oscuro, frígido, sin música, sin alegría.

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