jueves, 29 de mayo de 2014

Donde habita el silencio


            “De hecho, la religión no es en absoluto, en primera instancia, un conjunto de propuestas sobre el mundo. Antes que cualquier otra cosa, es una estructura de sentimientos, una casa hecha de emociones”. 
           Me deja frío la dialéctica del Presente/Ausente de que habla el articulista del enlace. Por supuesto, no soy creyente, tampoco ateo. ¿Agnóstico? Qu'est-ce que c'est? No me gusta definirme ni que me definan, aunque de eso no estoy libre, todo el mundo busca meterte en una casilla, para quedarse tranquilo con su conciencia y a continuación ponerse a ver Telecinco. No me importa que existan las religiones y los creyentes, incluso no vería mal que expresasen sus emociones en público si fueran auténticas. Lo que no me gusta es la exhibición impúdica de sus flaquezas, que invadan las calles como forofos, que se me acerquen con la biblia en la mano y me digan un adiós compasivo cuando les hago ver que no me interesa lo que quieren explicarme. No lo comprenden, son incapaces, creen que la voz de los siglos atraviesa su garganta. Porque, si como afirman, lo suyo es algo personal e íntimo, una experiencia que conmueve, un revuelo de sentimientos, entonces, por qué no se quedan en casa, o en sus iglesias, por qué no proceden, cuando hablan con voz hueca, como un partido más o como una asociación cualquiera, por qué no se resisten a tronar y a decir que por ellos habla el espíritu.

            De las iglesias y de las catedrales, y de las mezquitas, debería estar el hombre orgulloso, es una de sus grandes creaciones. Cuando visito una ciudad que no es la mía, busco en algún momento del día su sombra, me acoplo a su silencio o dejo que el mío se despliegue. La mayor parte del tiempo no pasa nada por mi mente, si consigo el silencio absoluto pongo algunos minutos de felicidad en mi cuenta. Me gusta oír los cantos de las clarisas o de los benedictinos, aunque no sean perfectos. He disfrutado oyendo algunos sermones, nadie habla mejor en este tiempo que algunos párrocos u obispos, dominan como nadie las reglas de la oratoria y de la prosodia. Entre mis momentos de mayor gozo está el haber oído una vez al obispo de Ciudad Rodrigo. No me importaba el objetivo de su prédica, pero hablaba con orden, sus palabras eran música. Una de las mayores desgracias de los últimos tiempos es que la Iglesia haya cerrado sus templos, que los haya convertido en museos de pago. ¿De quién es el Partenon? ¿Cómo se construyeron? ¿Quién puso el sudor y la sangre? ¿Quién el dinero? ¿Cuándo se pagó el último diezmo en España? El Estado debería hacerse cargo de su conservación y mantenerlos abiertos. Los templos no son sólo museos, bajo la luz tamizada que los penetra, aislados del ruido con el que la modernidad nos castiga, es el lugar donde el espíritu se reencuentra consigo. No acabo de comprender una ciudad si no encuentro uno de sus templos abiertos, me siento en uno de sus bancos o de sus alfombras, me aquieto y escucho.

No hay comentarios: