Sólo tres
de cada mil jóvenes en proceso de reeducación pueden salir al cabo de dos años
de esa vida de castigo. Los dos jóvenes vivirán en una especie de cabaña, en
medio de la humedad y el frío. Gracias a pequeños poderes, como el que les da
un bonito despertador, en el que un orgulloso gallo con plumas de pavo real
pica un grano de arroz cada segundo, y saberes, como contar en público
películas que emboban a los campesinos, irán tirando, hasta que un día en otra
aldea conocen a una sastrecilla. Sorprende la forma de describir el lugar donde
vive la guapa chica:
“La estancia servía al mismo tiempo de tienda, taller y comedor. El suelo de madera estaba sucio; se veían, un poco por todas partes, las huellas amarillas o negras de escupitajos que habían dejado los clientes y se adivinaba que no lo lavaban cada día. Los vestidos terminados estaban puestos en colgadores, suspendidos en una larga cuerda que atravesaba la estancia por el medio. Había también rollos de tejidos y vestidos doblados, amontonados en las esquinas, asaltados por un ejército de hormigas. El desorden, la falta de preocupación estética y una relajación total reinaban en aquel lugar”.
La
sastrecilla es poco refinada pero Luo se enamora de ella. Los dos jóvenes
trabajan en una mina de antracita, sucia, peligrosa. Luo contrae paludismo. Cuatrojos,
otro joven que como ellos esta siendo reeducado en una aldea vecina, hijo de un
escritor y de una poetisa, guarda un secreto que cambiará su estancia en las
montañas: una maleta escondida dentro de una caja tapada con ropa y zapatillas
viejas. Libros. Cuatrojos, después de mucho rogarle, les presta un libro
de Balzac, Úrsula Mirouët. Lo leen con avidez. Luego, Luo le cuenta la
historia a la sastrecilla, lo que tendrá una agradable consecuencia, ambos
harán el amor de pie en el bosque, delante de un ginkgo.
El libro
les abre los ojos al poder de la literatura. Dice el narrador: “Imaginen a
un joven virgen de diecinueve años, que dormitaba aún en los limbos de la
adolescencia y sólo había conocido la cháchara revolucionaria sobre el
patriotismo, el comunismo, la ideología y la propaganda. De pronto, como un
intruso, aquel librito me hablaba del despertar del deseo, de los impulsos, de
las pulsiones, del amor, de todas esas cosas sobre las que el mundo, para mí,
había permanecido hasta entonces mudo”.
Los dos
amigos tendrán ocasión de robar la maleta de Cuatrojos cuando su madre
venga a rescatarlo de las penurias y de ese modo creerán que han alcanzado la
felicidad, aunque como en todos los cuentos otros obstáculos y peligros
aparecerán antes de lograr la total entrega de la enamorada. La huraña
naturaleza, la enfermedad, la imposibilidad de quedarse embarazada, porque para
el padre campesino es una afrenta y porque el régimen no permite el matrimonio
antes de los 25 años.
Balzac y
la joven costurera china funciona como un cuento moral, incluso hasta en la
forma de interpelar al lector: “Y ya está. Ha llegado el momento de
describirles la escena final de esta historia” o en el tono burlesco que a
veces utiliza el escritor. Es brillante el comienzo y al final con una polémica
última frase, aunque seguramente acertada. Entre medias, el contexto en que
sucede la historia está levemente sugerido, con gruesas pinceladas se nos
cuenta la dureza de los años de la revolución cultural maoísta, el destierro de
los jóvenes de buenas familias al campo para ser reeducados, la simpleza e
incultura de los campesinos, la venganza de estos hacia los burguesillos de
ciudad, porque como en las fábulas los personajes, sin hondura, se dibujan a
brochazos: las ingenuidad de los jovencitos y de las chicas, aunque con algún
rasgo de pícara malicia, la brutalidad obtusa del poder, la inminencia del
peligro detrás de cada recodo del camino, el frío y el calor, las incomodidades,
y, como por ensalmo, el milagro de los libros, ese mito al que tan predispuesto
está el lector. La lectura obra maravillas hasta el punto de transformar por
completo a las personas, como ocurrió con Madame Bovary, la primera referencia
de este libro de Dai Sijie, aunque lo que le dan a leer a la sastrecilla es
Balzac, sobre todo Balzac: Úrsula Mirouët, El primo Pons, Papa Goriot,
Eugenia Grandet, pero también Quasimodo y Esmeralda y El coronel Chabert y
el Conde de Montecristo, personajes todos ellos que, en la escena final,
transformada la sastrecilla en pájaro que se aleja volando de los dos amigos,
arden en venganza por haber provocado en ella lo que ellos querían que
sucediese, pero también algo que no podían controlar, su total independencia,
incluso de sus enamorados maestros: “Balzac, les dice, me ha hecho
comprender algo: la belleza de una mujer es un tesoro que no tiene precio”.
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