miércoles, 11 de junio de 2014

Balzac y la joven costurera rusa, de Dai Sijie




             El comienzo es muy bueno: dos jóvenes, hijo de dentista uno y de neumólogo el otro, enemigos del pueblo, llegan, a finales de los sesenta, a un poblado perdido en las montañas del Fénix del Cielo para ser reeducados por los campesinos, unos campesinos que antes de la revolución comunista se dedicaban a vivir de las plantaciones de opio. Uno de los jóvenes lleva un violín, los campesinos quieren destruirlo como producto burgués, pero el otro jóven, Luo, les convence para que antes escuchen una canción –una sonata- de Mozart que se titula Mozart piensa en el presidente Mao. De ese modo salva el violín.

            Sólo tres de cada mil jóvenes en proceso de reeducación pueden salir al cabo de dos años de esa vida de castigo. Los dos jóvenes vivirán en una especie de cabaña, en medio de la humedad y el frío. Gracias a pequeños poderes, como el que les da un bonito despertador, en el que un orgulloso gallo con plumas de pavo real pica un grano de arroz cada segundo, y saberes, como contar en público películas que emboban a los campesinos, irán tirando, hasta que un día en otra aldea conocen a una sastrecilla. Sorprende la forma de describir el lugar donde vive la guapa chica:
            “La estancia servía al mismo tiempo de tienda, taller y comedor. El suelo de madera estaba sucio; se veían, un poco por todas partes, las huellas amarillas o negras de escupitajos que habían dejado los clientes y se adivinaba que no lo lavaban cada día. Los vestidos terminados estaban puestos en colgadores, suspendidos en una larga cuerda que atravesaba la estancia por el medio. Había también rollos de tejidos y vestidos doblados, amontonados en las esquinas, asaltados por un ejército de hormigas. El desorden, la falta de preocupación estética y una relajación total reinaban en aquel lugar”. 
            La sastrecilla es poco refinada pero Luo se enamora de ella. Los dos jóvenes trabajan en una mina de antracita, sucia, peligrosa. Luo contrae paludismo. Cuatrojos, otro joven que como ellos esta siendo reeducado en una aldea vecina, hijo de un escritor y de una poetisa, guarda un secreto que cambiará su estancia en las montañas: una maleta escondida dentro de una caja tapada con ropa y zapatillas viejas. Libros. Cuatrojos, después de mucho rogarle, les presta un libro de Balzac, Úrsula Mirouët. Lo leen con avidez. Luego, Luo le cuenta la historia a la sastrecilla, lo que tendrá una agradable consecuencia, ambos harán el amor de pie en el bosque, delante de un ginkgo.

            El libro les abre los ojos al poder de la literatura. Dice el narrador: “Imaginen a un joven virgen de diecinueve años, que dormitaba aún en los limbos de la adolescencia y sólo había conocido la cháchara revolucionaria sobre el patriotismo, el comunismo, la ideología y la propaganda. De pronto, como un intruso, aquel librito me hablaba del despertar del deseo, de los impulsos, de las pulsiones, del amor, de todas esas cosas sobre las que el mundo, para mí, había permanecido hasta entonces mudo”.

            Los dos amigos tendrán ocasión de robar la maleta de Cuatrojos cuando su madre venga a rescatarlo de las penurias y de ese modo creerán que han alcanzado la felicidad, aunque como en todos los cuentos otros obstáculos y peligros aparecerán antes de lograr la total entrega de la enamorada. La huraña naturaleza, la enfermedad, la imposibilidad de quedarse embarazada, porque para el padre campesino es una afrenta y porque el régimen no permite el matrimonio antes de los 25 años.

            Balzac y la joven costurera china funciona como un cuento moral, incluso hasta en la forma de interpelar al lector: “Y ya está. Ha llegado el momento de describirles la escena final de esta historia” o en el tono burlesco que a veces utiliza el escritor. Es brillante el comienzo y al final con una polémica última frase, aunque seguramente acertada. Entre medias, el contexto en que sucede la historia está levemente sugerido, con gruesas pinceladas se nos cuenta la dureza de los años de la revolución cultural maoísta, el destierro de los jóvenes de buenas familias al campo para ser reeducados, la simpleza e incultura de los campesinos, la venganza de estos hacia los burguesillos de ciudad, porque como en las fábulas los personajes, sin hondura, se dibujan a brochazos: las ingenuidad de los jovencitos y de las chicas, aunque con algún rasgo de pícara malicia, la brutalidad obtusa del poder, la inminencia del peligro detrás de cada recodo del camino, el frío y el calor, las incomodidades, y, como por ensalmo, el milagro de los libros, ese mito al que tan predispuesto está el lector. La lectura obra maravillas hasta el punto de transformar por completo a las personas, como ocurrió con Madame Bovary, la primera referencia de este libro de Dai Sijie, aunque lo que le dan a leer a la sastrecilla es Balzac, sobre todo Balzac: Úrsula Mirouët, El primo Pons, Papa Goriot, Eugenia Grandet, pero también Quasimodo y Esmeralda y El coronel Chabert y el Conde de Montecristo, personajes todos ellos que, en la escena final, transformada la sastrecilla en pájaro que se aleja volando de los dos amigos, arden en venganza por haber provocado en ella lo que ellos querían que sucediese, pero también algo que no podían controlar, su total independencia, incluso de sus enamorados maestros: “Balzac, les dice, me ha hecho comprender algo: la belleza de una mujer es un tesoro que no tiene precio”.

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