viernes, 9 de mayo de 2014

Cuando el cuerpo canta



Julia Lezhneva

            De qué va el arte, ¿de la perfección? No de la perfección no, hay muchas obras maestras incompletas, cuya gracia y gozo proviene de sus imperfecciones. ¿De la belleza? Quizá tampoco, o no sólo. El arte va de otra cosa. En todo caso no tiene que ver con entender cómo está hecha una obra maestra, con descifrar su lenguaje, con comprender sus relaciones con lo que le precede o sus conexiones con su tiempo. El arte no es un conocimiento, ni una sabiduría, aunque quienes lo practiquen conozcan y sepan y hayan dedicado todo su tiempo a perfeccionar su obra, a limpiarla, a depurarla. El arte es otra cosa. Qué. Tiene que ver con el hombre claro, quizá con aquello que ha perdido o con lo que aún no ha logrado, o con lo que no es capaz de sacar de sí mismo, con lo que lleva dentro y ha de limpiar o restaurar. Lo sabemos cuando encontramos una obra que nos conmueve, nos hace reír o llorar, pero no al modo de esos engendros sensibleros que nos sacan la lágrima fácil o la risa sonora y desmadrada. El arte es aquello que no se puede contar porque al hacerlo se desvirtúa o se rebaja y cambia. Lo hacemos, lo contamos con la intensión de trasladar nuestra emoción a otras personas, pero sabemos o deberíamos saber que nos quedamos cortos, que lo que contamos es la periferia de lo importante, lo que rodea o recubre la médula. De las historias escritas contamos los sucesos, la trama seca, pero no lo que por dentro nos ha removido, de la música podemos hablar vagamente o con vana pedantería utilizamos el código, lleno de falsedades o palabras inútiles, cuando trasladamos pintura a las palabras contamos todo menos lo que interesa porque cuando un cuadro llega y conmueve es el cuerpo el que lo percibe y se mueve. Los artistas por más que lo intenten no siempre lo consiguen, no es arte todo lo que ejecutan, sólo a veces llegan y transmiten. Es lo que me ha sucedido hoy escuchando a Haendel con Il giardino armonico y la soprano Julia Lezhneva. En la primera parte no ha habido manera. Fría, fría. Pero en la segunda todo ha sido distinto, primero con La folia de Geminiani y luego con Pensieri, voi mi tormentate de la Agrippina, que me ha hecho soltar un joder al final, y todo lo que después ha venido después, llegando al clímax en las propinas, entre ellas Lascia la spina cogli la rosa de Il trionfo.

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