lunes, 12 de mayo de 2014

¿Cómo lo llamamos?

                                                                          

           1.  Todos sabíamos que el fascismo en nuestro tiempo adquiriría formas diferentes, un nuevo ropaje, pero sus seguidores no lo reconocerán, porque no le dan ese nombre sino el de liberación. Pero bajo su forma nueva aparecen las viejas ideas: el desprecio a la ley y al parlamento, el odio a quienes piensan de modo diferente, la promesa de un futuro esplendente para el pueblo, un pueblo elegido y superior.
  2. “Pero, y en Cataluña, ¿qué tipo de fascismo estamos sufriendo actualmente? Partiendo de un sesgado nacionalismo, de carácter fuertemente identitario, reduccionista, vulgar, inculto, manipulador, de clientelismo, xenófobo y excluyente podemos afirmar que hemos “involucionado” de un firme fascismo posmoderno a un fascismo tradicional, con banderas, propaganda, concentraciones y signos identitarios hasta en los calzoncillos (sí, los venden con la estelada, ¡sic!), no siendo este nacionalismo nada más que la cara menos sutil (por no decir la más burda) de un totalitarismo muy tradicional donde la sociedad civil ha sido suplantada por una tosca pancracia formada por el poder político de carácter secesionista y sus extensiones asamblearias y asociativas subvencionadas”. (Pau Guix)
El diputado autonómico de la CUP David Fernández, este sábado, durante su intervención en un mitin de EH Bildu

          3.    Es correcto matar a tu adversario. Es lo que piensa toda esta gente. Durante seis décadas ETA ha matado: no parece haber signos de arrepentimiento en la gente de esta fotografía, gente del Movimiento. Tampoco en estos nuevos que les apoyan.

          4.  “Si los más intransigentes partidarios de la nación catalana desprecian el formidable bagaje de Raimon es que se ha producido una mutación aberrante en una parte del catalanismo. Una mutación pariente de la estridencia de Beppe Grillo y del tremendismo de Roberto Calderolli. Al detectarse esta ola subterránea, sulfurosa y excluyente, debería haber encendido una luz de alarma, en los partidos y organizaciones soberanistas”. (Antoni Puigverd, ¡No me toquen a Raimon!).

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