martes, 13 de mayo de 2014

Canadá, de Richard Ford


             En la primera parte los padres cometen un robo. El padre había pertenecido a la fuerza aérea y combatido en la guerra, bombardeando a los japoneses, pero ya ha dejado el ejército y ahora da tumbos intentando ganarse la vida de forma poco clara. Arrastra a la familia de ciudad en ciudad, de aquí para allá y al final parece que se asientan en Great Falls, Montana. La madre, una mujer de origen judío, pequeñita y medrosa, da clases en institutos. Uno de los trapicheos del padre no funciona: pone en contacto a indios que roban y descuartizan ganado con un negro que trabaja en el vagón restaurante del ferrocarril y la cosa no funciona. El negro no paga lo que debe y el padre que ejerce de intermediario ve cómo los indios le exigen a él la deuda. Por eso los padres atracan el banco. Quien cuenta la historia es Dell, la historia de cuando él y su hermana melliza, Berner, tenían quince años, aunque lo cuenta mucho más tarde mirando hacia el pasado, con la sabiduría del adulto –ahora es maestro- que sabe cómo escribir, buscando la ingenuidad del niño que aún no ha traspasado la frontera. Y lo cuenta bien, muy bien, con ritmo casi siempre, imprimiendo velocidad a la lectura, diseminando las informaciones significativas para que el lector las descubra al mismo tiempo que el niño, aquilatando y constriñendo el tiempo, demorándose en los momentos que dejaron huella, los anteriores al robo del banco, los previos a la detención de los padres, la detención, la visita al calabozo antes de que los trasladen, concediendo importancia a los olores, aunque en ello se note quizá en exceso el artificio. Lo que sucede, especialmente lo que concierne a los padres se ve bajo una luz tamizada, que destaca unos rasgos más que otros, que magnifica determinadas palabras, algunos gestos, tratando de dar forma al carácter, a lo que significan los hechos, a lo que constituye la vida.

            Escribe el narrador que la historia que está contando no va de la pérdida, sino del progreso y del futuro. Por ello no se detiene en la huida de su hermana, que abandona Great Falls tras la detención de los padres, antes de que Mildred Remlinger, la amiga de la madre, venga a recogerlos. Mildred marcha, junto a Dell, hacia las montañas del norte del estado de Montana, y más allá, atravesando la frontera, hasta Canadá, donde vive su hermano Es entonces cuando comienza la segunda parte de la novela, cuando conoce a Arthur Remlinger. Con él, desde entonces, vivirá Dell. Si en la forma de narrar de Richard Ford hay como una especie de academicismo, de puntillosa y sobria manera de escribir, que vuelve la escritura algo mecánica, es sin embargo en las transiciones, en los momentos donde emerge el cambio, donde acierta, rodeando de misterio, con una especie de velo que oculta tanto como muestra a los personajes nuevos, las conversaciones, el paisaje y los sucesos. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando nos presenta a la fugaz Mildred Remlinger, al basto Charley Quarters o a Arthur Remlinger. Nos trasmite el desasosiego del protagonista, nos adelante las penalidades que van a suceder.

            La narración va avanzando con descripciones más o menos morosas de las montañas del norte de Montana, del paisaje desarbolado de Shaskatchewan, del tiempo atmosférico, de la ciudad medio derruida de Partreau en que vive confinado, a siete kms de Port Royal donde vive el hermano de Mildred, con enumeraciones de cosas encontradas en las cajas del habitáculo donde Dell vive, de árboles, de animales de caza, con algunas conversaciones que parecen decisivas pero en las que se aclara poco, en la primera parte con el padre, en la segunda con Charley Quarters, con Mildred o con Arthur Remlinger, de modo parecido a como se describe a los personajes, de quienes se dan muchos detalles pero de quienes no se acaba de saber todo, porque siempre esconden algún aspecto inabordable, que termina por sorprender en el trato prolongado con ellos, alcanzando picos de tensión, de clímax en la escena de la detención de los padres por los policías, en la visita al colegio de las chicas difíciles en  Birdtail, la narración contada en pasado aunque con la impresión de estar viviéndolo en presente. Alguna de las conversaciones descritas, pintadas diría yo, como un pintor naighthawk pintaría un paisaje, una ciudad arruinada, una llanura desolada, un cielo de mármol como decorado de la conversación entre una bella mujer venida a menos, Florence La Blanc, y un muchacho abandonado por sus padres que busca una aguja imantada.

            Al fin se acerca el distante Arthur Remlinger, el hermano de Mildred, una personalidad, dueño de la escena allí por donde va. Ruedan en el Buick en dirección a Leader, a 130 kms por hora, sin aminorar. Se lleva por delante a unos cuantos gansos que picotean en el asfalto, sin ningún parpadeo. Luego hablan en una cafetería. Habla Arthur, mientras Dell intenta poner en orden sus sensaciones. Aunque será Charley Quarters quien le acabe revelando los motivos y los sucesos que se ocultan tras la extraña personalidad –un raro, le dice- de Arthur Remlinger. Un hombre elegante ahora, que se hace traer los trajes de Boston, que gobierna el Leonard, un Hotel pasado de moda, pero que vive donde no quisiera vivir, al otro lado de la frontera, en una ciudad de la pradera, azotada por el frío y por la nieve. Un pasado en el que hizo cosas cuyas consecuencias no pudo controlar, el paso a Canadá y un castigo en el que se ha convertido su vida que ya dura quince años. Charley es un ser extraño –se tiñe el pelo, se da colorete en las mejillas, se pinta los labios, el remolque en el que vive apesta-, atado como Remlinger a esa árida y gélida ciudad. Se lo cuenta para advertirle de lo que puede pasar, del uso que Remlinger puede hacer de él, Dell, como ha hecho del propio Charley, aunque no le importe como no le importa nadie. Dos hombres vienen de Detroit para saber si Arthur Remlinger tiene algo que ver con lo que sucedió en el pasado. Dell no sabe por qué se lo cuenta, aunque le dice que es para que establezca límites, para que sepa qué y qué no ha de hacer: “La mayoría de los perdedores son gente que se ha hecho a sí misma, le dice, no lo olvides”. Dell está comprendiendo cómo un suceso, aunque de él no hayas sido del todo responsable, puede marcarte la vida para siempre. Piensa en Remlinger, pero piensa en sí mismo, en lo que hicieron sus padres, en su huida de Great Falls, en su penosa estancia, aquí, en Fort Royal.

            Entonces la acción vuelve a adensarse. Mientras Dell está en el bar del Leonard, llegan los dos estadounidenses, se sientan a una mesa, piden un par de cervezas que no tocan, se les ve nerviosos, mientras esperan la llegada de Remlinger. Una tensión parecida a la de un saloon del oeste. Cuando llega, las miradas se cruzan, Remlinger mira varias veces en dirección a Dell, luego habla con los estadounidenses, con risas que Dell no le reconoce. Ya no son días los que pasan, son horas que se concentran pero que estiran la escritura. La narración avanza, Dell, el narrador, dándole vueltas a una frase de su padre: “Son los hechos físicos los que producen los cambios importantes”. Aunque Dell piense que quizá sean las palabras y los pensamientos. Me parece estar leyendo a Javier Marías, sé lo que los personajes saben y piensan, a veces antes que ellos, sé lo que va a pasar, pero los personajes dan vueltas a sus pensamientos, intentando salir de la fatalidad que les espera, no todos, porque Remlinger tiene la determinación que a los demás les falta o a él le falta lo que los demás quieren imponer, el diálogo de la razón, el acuerdo, la confesión y el olvido. Escucho las frases de Shakespeare en Javier Marías a través de la escritura de Richard Ford, no hay escritura nueva, parece todo ya dicho o escrito y todo parece cuestión de decirlo de nuevo, de la mejor manera posible.

            Hay una tercera parte, breve, en la que el narrador cuenta en presente. Dell está a punto de jubilarse, siente la necesidad de mirar hacia atrás y hacerse preguntas. ¿Está contento con su vida? Es profesor, se ha tomado en serio su oficio, se casó con la mujer adecuada, Clare, no ha tenido hijos. Gracias a sus alumnos se entera de que Bev Parsons anda buscándolo porque su hermana se está muriendo. Pero no es su padre, sino, Berner, su hermana, que se ha cambiado de nombre, quien lo busca. Tienen una larga conversación en una cafetería cercana al aeropuerto de las Ciudades Gemelas en la que los dos tratan de ofrecerse tal como son y como el otro espera de ellos. Berner no ha tenido una vida brillante pero ha sido capaz de vivir sin pertenencias. Berner le ofrece la Crónica que su madre escribió en la cárcel. Berner recuerda algunas frases: «Uno es bueno si puede hacer algo malo y decide no hacerlo». Y: «Fuimos un desastre de matrimonio», con lo cual estamos todos de acuerdo. «¿Qué es lo que hace la vida mejor?, ésa es la pregunta esencial». Y: «No puedes saber que tu vida es insufrible hasta que no ves una vía de escape».

            Mientras leía el final de Canadá me preguntaba por qué Dell, el narrador, no hacía mención de Arthur Remlinger que tanto había representada para él. Al final he comprendido que el asunto no va del atraco al banco que cometieron los padres (primera parte) ni de la dañina personalidad de Remlinger y su atroz violencia (segunda), el tema de Canadá es cómo se construye una vida, la vida vacía que se nos da al principio, y qué hacemos con ella. A pesar de quedarse sin padres tan pronto (a los 15 años) Dell y Berner tuvieron que construirse una vida, Dell superando la mala influencia de Remlinger, Berner sobreponiéndose a novios y maridos indignos. Dell cuenta los límites que enmarcan su vida y cómo supo saltárselos y pasa, en una gran elipsis, del grueso de su vida, una vida digna sin tropiezos, a la conversación final con su hermana, en la que los dos se examinan y se dan el visto bueno.

No hay comentarios: