Escribe el
narrador que la historia que está contando no va de la pérdida, sino del
progreso y del futuro. Por ello no se detiene en la huida de su hermana, que
abandona Great Falls tras la detención de los padres, antes de que Mildred
Remlinger, la amiga de la madre, venga a recogerlos. Mildred marcha, junto a Dell, hacia las
montañas del norte del estado de Montana, y más allá, atravesando la frontera,
hasta Canadá, donde vive su hermano Es entonces cuando comienza la segunda parte de la novela, cuando conoce a Arthur Remlinger. Con él, desde entonces, vivirá Dell. Si en la forma de narrar de Richard Ford hay como una especie de
academicismo, de puntillosa y sobria manera de escribir, que vuelve la
escritura algo mecánica, es sin embargo en las transiciones, en los momentos
donde emerge el cambio, donde acierta, rodeando de misterio, con una especie de
velo que oculta tanto como muestra a los personajes nuevos, las conversaciones,
el paisaje y los sucesos. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando nos presenta a
la fugaz Mildred Remlinger, al basto Charley Quarters o a Arthur Remlinger. Nos
trasmite el desasosiego del protagonista, nos adelante las penalidades que van
a suceder.
La
narración va avanzando con descripciones más o menos morosas de las montañas
del norte de Montana, del paisaje desarbolado de Shaskatchewan, del tiempo
atmosférico, de la ciudad medio derruida de Partreau en que vive confinado, a
siete kms de Port Royal donde vive el hermano de Mildred, con enumeraciones de
cosas encontradas en las cajas del habitáculo donde Dell vive, de
árboles, de animales de caza, con algunas conversaciones que parecen decisivas
pero en las que se aclara poco, en la primera parte con el padre, en la segunda
con Charley Quarters, con Mildred o con Arthur Remlinger, de modo parecido a
como se describe a los personajes, de quienes se dan muchos detalles pero de
quienes no se acaba de saber todo, porque siempre esconden algún aspecto
inabordable, que termina por sorprender en el trato prolongado con ellos,
alcanzando picos de tensión, de clímax en la escena de la detención de los
padres por los policías, en la visita al colegio de las chicas difíciles
en Birdtail, la narración contada en
pasado aunque con la impresión de estar viviéndolo en presente. Alguna de las
conversaciones descritas, pintadas diría yo, como un pintor naighthawk
pintaría un paisaje, una ciudad arruinada, una llanura desolada, un cielo de
mármol como decorado de la conversación entre una bella mujer venida a menos,
Florence La Blanc ,
y un muchacho abandonado por sus padres que busca una aguja imantada.
Al fin
se acerca el distante Arthur Remlinger, el hermano de Mildred, una personalidad, dueño de la escena allí por donde va. Ruedan en el Buick en dirección a Leader, a 130 kms por hora, sin
aminorar. Se lleva por delante a unos cuantos gansos que picotean en el
asfalto, sin ningún parpadeo. Luego hablan en una cafetería. Habla Arthur,
mientras Dell intenta poner en orden sus sensaciones. Aunque será Charley
Quarters quien le acabe revelando los motivos y los sucesos que se ocultan tras
la extraña personalidad –un raro, le dice- de Arthur Remlinger. Un hombre
elegante ahora, que se hace traer los trajes de Boston, que gobierna el
Leonard, un Hotel pasado de moda, pero que vive donde no quisiera vivir, al
otro lado de la frontera, en una ciudad de la pradera, azotada por el frío y
por la nieve. Un pasado en el que hizo cosas cuyas consecuencias no pudo
controlar, el paso a Canadá y un castigo en el que se ha convertido su vida que
ya dura quince años. Charley es un ser extraño –se tiñe el pelo, se da colorete
en las mejillas, se pinta los labios, el remolque en el que vive apesta-, atado
como Remlinger a esa árida y gélida ciudad. Se lo cuenta para advertirle de lo
que puede pasar, del uso que Remlinger puede hacer de él, Dell, como ha hecho
del propio Charley, aunque no le importe como no le importa nadie. Dos hombres
vienen de Detroit para saber si Arthur Remlinger tiene algo que ver con lo que
sucedió en el pasado. Dell no sabe por qué se lo cuenta, aunque le dice que es
para que establezca límites, para que sepa qué y qué no ha de hacer: “La
mayoría de los perdedores son gente que se ha hecho a sí misma, le dice, no lo
olvides”. Dell está comprendiendo cómo un suceso, aunque de él no hayas sido
del todo responsable, puede marcarte la vida para siempre. Piensa en Remlinger,
pero piensa en sí mismo, en lo que hicieron sus padres, en su huida de Great
Falls, en su penosa estancia, aquí, en Fort Royal.
Entonces la
acción vuelve a adensarse. Mientras Dell está en el bar del Leonard, llegan los
dos estadounidenses, se sientan a una mesa, piden un par de cervezas que no
tocan, se les ve nerviosos, mientras esperan la llegada de Remlinger. Una
tensión parecida a la de un saloon del oeste. Cuando llega, las miradas
se cruzan, Remlinger mira varias veces en dirección a Dell, luego habla con los
estadounidenses, con risas que Dell no le reconoce. Ya no son días los que
pasan, son horas que se concentran pero que estiran la escritura. La narración
avanza, Dell, el narrador, dándole vueltas a una frase de su padre: “Son los
hechos físicos los que producen los cambios importantes”. Aunque Dell piense
que quizá sean las palabras y los pensamientos. Me parece estar leyendo a
Javier Marías, sé lo que los personajes saben y piensan, a veces antes que
ellos, sé lo que va a pasar, pero los personajes dan vueltas a sus
pensamientos, intentando salir de la fatalidad que les espera, no todos, porque
Remlinger tiene la determinación que a los demás les falta o a él le falta lo
que los demás quieren imponer, el diálogo de la razón, el acuerdo, la confesión
y el olvido. Escucho las frases de Shakespeare en Javier Marías a través de la
escritura de Richard Ford, no hay escritura nueva, parece todo ya dicho o
escrito y todo parece cuestión de decirlo de nuevo, de la mejor manera posible.
Hay una
tercera parte, breve, en la que el narrador cuenta en presente. Dell está a punto
de jubilarse, siente la necesidad de mirar hacia atrás y hacerse preguntas.
¿Está contento con su vida? Es profesor, se ha tomado en serio su oficio, se
casó con la mujer adecuada, Clare, no ha tenido hijos. Gracias a sus alumnos se
entera de que Bev Parsons anda buscándolo porque su hermana se está muriendo.
Pero no es su padre, sino, Berner, su hermana, que se ha cambiado de nombre,
quien lo busca. Tienen una larga conversación en una cafetería cercana al
aeropuerto de las Ciudades Gemelas en la que los dos tratan de ofrecerse tal
como son y como el otro espera de ellos. Berner no ha tenido una vida brillante
pero ha sido capaz de vivir sin pertenencias. Berner le ofrece la Crónica que su
madre escribió en la cárcel. Berner recuerda algunas frases: «Uno es bueno si
puede hacer algo malo y decide no hacerlo». Y: «Fuimos un desastre de
matrimonio», con lo cual estamos todos de acuerdo. «¿Qué es lo que hace la vida
mejor?, ésa es la pregunta esencial». Y: «No puedes saber que tu vida es
insufrible hasta que no ves una vía de escape».
Mientras
leía el final de Canadá me preguntaba por qué Dell, el narrador, no hacía
mención de Arthur Remlinger que tanto había representada para él. Al final he
comprendido que el asunto no va del atraco al banco que cometieron los padres
(primera parte) ni de la dañina personalidad de Remlinger y su atroz violencia
(segunda), el tema de Canadá es cómo se construye una vida, la vida vacía
que se nos da al principio, y qué hacemos con ella. A pesar de quedarse sin
padres tan pronto (a los 15 años) Dell y Berner tuvieron que construirse una
vida, Dell superando la mala influencia de Remlinger, Berner sobreponiéndose a
novios y maridos indignos. Dell cuenta los límites que enmarcan su vida y cómo
supo saltárselos y pasa, en una gran elipsis, del grueso de su vida, una vida
digna sin tropiezos, a la conversación final con su hermana, en la que los dos
se examinan y se dan el visto bueno.
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