Márkaris
dibuja una sociedad dividida generacionalmente, con los hijos enfrentados a los
padres, los primeros idealistas dispuestos a cortar por lo sano, los segundos
corruptos e insensibles al drama social. Tangencialmente también aparecen los abuelos, los que lucharon en la guerra civil griega, identificados en su esfuerzo y pobreza con sus nietos. Los personajes, perfilados
esquemáticamente, como es habitual en el escritor, no responden a tipos
complejos, atormentados por ideas contrapuestas o angustiados por dramas
insondables, son caricaturas de ideas muy simples. Como en la novela
precedente, Con el agua al cuello, no sé si es generalizable al resto de
su producción, son las únicas que he leído y no voy a leer más, Márkaris, a
través del comisario Jaritos, muestra su simpatía por los asesinos idealistas,
aunque nunca los denomina como tal, y lamenta tener que llevarlos a la cárcel.
En cambio, no se apiada de las víctimas, que tienen bien ganado lo que les ha
sucedido.
Por lo
demás, para quien guste de estas cosas, el comisario Jaritos se desenvuelve
plácidamente en una sosegada familia, con una mujer que cocina, una hija que es
abogada que labora para gente decente, un yerno médico de igual temple y un
hermano politizado que en sus tiempos sufrió cárcel, frente a las familias
siempre desavenidas de los ricos, que en esta entrega alcanzan el no va más de
la desafección paterno filial.
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