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Guillaume es lo más parecido que
un cineasta francés puede hacer para aproximarse al estilo Fellini. La vida
como escenario de una farsa. Guillaume Gallienne el guionista, director y actor
de esta peli se toma a sí mismo como personaje y muestra sitios, sucesos y asuntos personales para encadenar una historia teatral, humorística y
très sympáthique sobre
los lugares comunes del hombre europeo genérico. Desfilan los tópicos
relacionados con los grandes países del continente, España, Inglaterra,
Alemania, la vida familiar según los cánones psicoanalíticos, desembocando en
la personalidad confusa y multiforme que se ha ido construyendo en las últimas
décadas. Guillaume es el último de una serie de hermanos a quien la madre trata
más como a la chica que le hubiese gustado tener que como al último de sus chicos. Guillame
responde queriendo parecerse a ella, en la dicción, en los gestos, en el gusto.
Así descubre, en medio de los bailes de la feria de abril, en
la ciudad más fea de España, La Línea de
la Concepción, que es una chica en un cuerpo de chico. Eso le lleva primero a
buscar modelos femeninos a los que imitar y luego a probar su personalidad descubierta en antros de gays y
a frecuentar a hombres a quienes les gustan los hombres, lo cual no quiere
decir que a Guillame le gusten precisamente los hombres.
Gallienne nunca lo mira desde el
drama, nada más alejado de las brumas nórdicas de un Lars von Trier, prefiere
como digo el tono jocoso y autoburlón del sur, la vida exhibida del arco Mediterráneo.
Desde ese punto de vista está en la estela de La Grande Bellezza, la gran película de Sorrentino del año pasado,
aunque no alcance su cima. Les garçons et
Guillaume, à table es una película con buenos momentos,donde la risa sale
de forma espontánea, donde los tópicos están tratados con naturalidad, sin
ofensa, y que sirve para entender que los habitantes de esta gran península
europea pertenecemos a la misma cultura. Nos hemos acercado tanto en la manera
de entender la vida y de disfrutar de ella que sería un arcaísmo decir que
pertenecemos a naciones distintas. Es curioso que en época de crisis hayan
surgido películas tan potentes y optimistas como la de Sorrentino y la de Gallienne.
Quizá la crisis no sea para tanto, quizá sirva para tomarla como un
tropezón, un gran tropezón en el camino hacia un espacio común donde las vidas
particulares sean más libres y menos acomplejadas.
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