Estas dos
damas del cello y del piano, Natalia Gutman y Elisso Virsaladze, de la escuela
rusa, prefieren calentar con la sonata de Beethoven antes que con la de Mendelsohn,
cogiendo ritmo y cuerpo, antes de enfrentarse al gran bocado de la noche, la
sonata de Rachmaninov, que dominan, que forma parte de su historia, de su ser
musical. Así es, ni un resquicio por donde entre la sorpresa, la improvisación,
el error, cuando comienza la sonata, ambas, con sus trajes antiguos, negros
como su pelo, como su expresión, un solo cuerpo con el cello la Gutman , indistinguibles, los
ojos cerrados, inmóvil más allá de los dedos que suben y bajan, del brazo que
mece el arco, no demasiado distante del piano Virsaladze, vertical,
perpendicular, los ojos fijos en la partitura, desaparecen para que la música
fluya de la masa compacta que forman con los instrumentos, para que Rachmaninov
sea lo que siempre ha sido, sin variación, ciento trece años después, la misma música
como el cuadro del museo, como la escultura de la plaza. Pasa el tiempo, cambian los rostros, las arrugas, las manchas en las manos, se endurece la mirada pero la sonata no cambia, Rachmaninov es y será Rachmaninov.
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