sábado, 29 de marzo de 2014

Sonata, violonchelo, piano, Rachmaninov


            Estas dos damas del cello y del piano, Natalia Gutman y Elisso Virsaladze, de la escuela rusa, prefieren calentar con la sonata de Beethoven antes que con la de Mendelsohn, cogiendo ritmo y cuerpo, antes de enfrentarse al gran bocado de la noche, la sonata de Rachmaninov, que dominan, que forma parte de su historia, de su ser musical. Así es, ni un resquicio por donde entre la sorpresa, la improvisación, el error, cuando comienza la sonata, ambas, con sus trajes antiguos, negros como su pelo, como su expresión, un solo cuerpo con el cello la Gutman, indistinguibles, los ojos cerrados, inmóvil más allá de los dedos que suben y bajan, del brazo que mece el arco, no demasiado distante del piano Virsaladze, vertical, perpendicular, los ojos fijos en la partitura, desaparecen para que la música fluya de la masa compacta que forman con los instrumentos, para que Rachmaninov sea lo que siempre ha sido, sin variación, ciento trece años después, la misma música como el cuadro del museo, como la escultura de la plaza. Pasa el tiempo, cambian los rostros, las arrugas, las manchas en las manos, se endurece la mirada pero la sonata no cambia, Rachmaninov es y será Rachmaninov.


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