miércoles, 26 de marzo de 2014

La habitación oscura, de Isaac Rosa


            Un grupo de jóvenes que tiene alquilado un local decide un día convertir una sala del sótano en una habitación oscura, totalmente opaca a la luz. En esa habitación se agruparan los sábados y de forma anónima darán rienda suelta a sus deseos con el primero que tropiecen, sea hombre o mujer. La experiencia será tan excitante que lo ampliarán a todos los días de la semana, aunque el sábado siga siendo el día especial. Algunos saldrán como parejas, otros se separarán, algunos descubrirán sus deseos más escondidos, otros seguirán en la habitación la estela de la persona a quien aman y se tornarán celosos. Mil historias que están narradas por un narrador colectivo, en primera persona del plural, a veces en masculino, a veces en femenino.

            La novela está seriada en capítulos, cada uno de ellos un salto en el tiempo. Las ilusiones juveniles que se ahorman a la realidad: acabar la carrera, uno que trabaja y el otro que estudia, oposiciones, un trabajo bueno y otro malo, una casa que va mejorando con el tiempo, un coche, familia con hijos, hipotecas, préstamos, papeleo, la entrada en la edad adulta. Celos, locuras amorosas, búsqueda de parejas más jóvenes, separaciones, vuelta a la habitación infantil de la casa del padre, pelea con abogados por la custodia de los hijos.

            En el capítulo cuarto aparece el capitalismo y su hundimiento, o eso parece. La crisis. Distintos nombres propios ejemplifican dramas generales: mileuristas que pierden el trabajo que les daba para pagar la hipoteca, para hacer un viaje en un crucero, para permitirse el lujo de anochecer en un restaurante caro; los ERES, los despidos a través de una voz anónima; los nuevos trabajos cada vez más miserables, en condiciones cada vez más humillantes. Los cambios se trasladan a la habitación oscura: una efusión sexual en la habitación acaba descubriendo en el sabor amargo de un beso un vómito, una mujer desequilibrada, un cuerpo para el psiquiátrico. Otra vez, todos perciben un llanto, buscan a tientas de quién pueda ser, no dan con él, se aquietan hasta que el llanto se extingue.

            El capítulo cinco es un panfleto político a favor de la movilización: “El mundo se desmoronaba mientras nosotros follábamos felices, la gente desgraciada era lanzada por los balcones con todos sus muebles y recuerdos mientras nosotros follábamos felices, los enfermos se morían en los pasillos de los hospitales esperando una prueba diagnóstica mientras nosotros follábamos felices, los padres de familia hacían cola con sus hijos en los comedores sociales mientras nosotros follábamos felices, los banqueros y sus políticos robaban a manos llenas mientras nosotros follábamos felices, ella misma no podía pagar el alquiler de la habitación ese mes porque le habían embargado la mitad del paro para abonar una multa mientras nosotros follábamos felices”.

            En el sexto la policía irrumpe en la habitación oscura buscando algo, aunque no saben qué. Y más tarde dos intrusos mancillan su intimidad. Uno entra mediante la presión y amenazas a una de sus miembros, el otro aprovechando un descuido inicia un asalto violento a una chica del grupo. A continuación hay dos historias simbólicas, el miedo a las ratas invasoras por parte de una chica y el elogio del hacker que es capaz de infiltrarse en los sistemas de empresas para espiar mediante webcams las miserias de sus directivos, con el objetivo de que “el miedo cambie de bando”. La novela se cierra con una redada de activistas, antiguos miembros de la habitación oscura, los citados hackers, y con el miedo en el cuerpo de los demás que temen ser detenidos por encubrimiento y colaboración.

            Entre capítulo y capítulo, breves descripciones de los archivos de vídeo, bajo el rótulo REC, tomados de la cámara de un ordenador o de una tableta de sucesos individuales: hombres o mujeres solitarios que se masturban mirando páginas pornográficas o se preparan líneas de cocaína o escarban en los orificios de la nariz extrayendo materiales que luego se llevan a la boca o directivos de caja de ahorros presionando a sus subordinados para que a su vez presiones a los clientes para realizar cuanto antes un canje. Luego sabremos que son grabaciones ilegales del grupo de activistas que quieren pagar a los poderosos con la misma moneda.


            El ritmo vivo de la novela que pretende cabalgar sobre el tiempo, experimentando hacia adelante y hacia atrás, narrando siempre en plural, con algunos nombres propios que no cuentan una peripecia personal, sino que simbolizan un caso general, es el ritmo vivo de una generación de jóvenes que aprendió que el horizonte era esplendoroso y que de golpe se han dado de bruces con una vida miserable. La novela no busca atrapar mediante la empatía con protagonistas particulares sino mediante ese ritmo vivo que representa la vida corriendo sin descanso. No es una novela emocional como la mayoría sino un ensayo novelado que al rehuir la empatía a veces se hace cuesta arriba, repetitiva. Del sueño pequeño burgués de hacer realidad la promesa de la felicidad mediante la consecución del deseo a la pesadilla de descubrirse pieza mellada del mecanismo del sistema capitalista. Una novela de ideas, esquemática, partidista, dirigida más que a la generación de los mileuristas perdidos a aquellos que han hecho del activismo una forma de identidad desesperanzada y nihilista. Aunque supongo que el autor no estaría de acuerdo conmigo en la manera de describirla.


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