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La novela
está seriada en capítulos, cada uno de ellos un salto en el tiempo. Las
ilusiones juveniles que se ahorman a la realidad: acabar la carrera, uno que
trabaja y el otro que estudia, oposiciones, un trabajo bueno y otro malo, una
casa que va mejorando con el tiempo, un coche, familia con hijos, hipotecas,
préstamos, papeleo, la entrada en la edad adulta. Celos, locuras amorosas,
búsqueda de parejas más jóvenes, separaciones, vuelta a la habitación infantil
de la casa del padre, pelea con abogados por la custodia de los hijos.
En el
capítulo cuarto aparece el capitalismo y su hundimiento, o eso parece. La
crisis. Distintos nombres propios ejemplifican dramas generales: mileuristas
que pierden el trabajo que les daba para pagar la hipoteca, para hacer un viaje
en un crucero, para permitirse el lujo de anochecer en un restaurante caro; los
ERES, los despidos a través de una voz anónima; los nuevos trabajos cada vez
más miserables, en condiciones cada vez más humillantes. Los cambios se
trasladan a la habitación oscura: una efusión sexual en la habitación acaba
descubriendo en el sabor amargo de un beso un vómito, una mujer desequilibrada,
un cuerpo para el psiquiátrico. Otra vez, todos perciben un llanto, buscan a
tientas de quién pueda ser, no dan con él, se aquietan hasta que el llanto se
extingue.
El capítulo
cinco es un panfleto político a favor de la movilización: “El mundo se
desmoronaba mientras nosotros follábamos felices, la gente desgraciada era
lanzada por los balcones con todos sus muebles y recuerdos mientras nosotros
follábamos felices, los enfermos se morían en los pasillos de los hospitales
esperando una prueba diagnóstica mientras nosotros follábamos felices, los
padres de familia hacían cola con sus hijos en los comedores sociales mientras
nosotros follábamos felices, los banqueros y sus políticos robaban a manos
llenas mientras nosotros follábamos felices, ella misma no podía pagar el
alquiler de la habitación ese mes porque le habían embargado la mitad del paro
para abonar una multa mientras nosotros follábamos felices”.
En el sexto
la policía irrumpe en la habitación oscura buscando algo, aunque no saben qué.
Y más tarde dos intrusos mancillan su intimidad. Uno entra mediante la presión
y amenazas a una de sus miembros, el otro aprovechando un descuido inicia un
asalto violento a una chica del grupo. A continuación hay dos historias
simbólicas, el miedo a las ratas invasoras por parte de una chica y el elogio
del hacker que es capaz de infiltrarse en los sistemas de empresas para espiar
mediante webcams las miserias de sus directivos, con el objetivo de que “el
miedo cambie de bando”. La novela se cierra con una redada de activistas,
antiguos miembros de la habitación oscura, los citados hackers, y con el miedo
en el cuerpo de los demás que temen ser detenidos por encubrimiento y
colaboración.
Entre
capítulo y capítulo, breves descripciones de los archivos de vídeo, bajo el
rótulo REC, tomados de la cámara de un ordenador o de una tableta de sucesos
individuales: hombres o mujeres solitarios que se masturban mirando páginas pornográficas
o se preparan líneas de cocaína o escarban en los orificios de la nariz
extrayendo materiales que luego se llevan a la boca o directivos de caja de
ahorros presionando a sus subordinados para que a su vez presiones a los
clientes para realizar cuanto antes un canje. Luego sabremos que son
grabaciones ilegales del grupo de activistas que quieren pagar a los poderosos
con la misma moneda.
El ritmo
vivo de la novela que pretende cabalgar sobre el tiempo, experimentando hacia
adelante y hacia atrás, narrando siempre en plural, con algunos nombres propios
que no cuentan una peripecia personal, sino que simbolizan un caso general, es
el ritmo vivo de una generación de jóvenes que aprendió que el horizonte era
esplendoroso y que de golpe se han dado de bruces con una vida miserable. La
novela no busca atrapar mediante la empatía con protagonistas particulares sino
mediante ese ritmo vivo que representa la vida corriendo sin descanso. No es
una novela emocional como la mayoría sino un ensayo novelado que al rehuir la
empatía a veces se hace cuesta arriba, repetitiva. Del sueño pequeño
burgués de hacer realidad la promesa de la felicidad mediante la consecución
del deseo a la pesadilla de descubrirse pieza mellada del mecanismo del sistema
capitalista. Una novela de ideas, esquemática, partidista, dirigida más que a
la generación de los mileuristas perdidos a aquellos que han hecho del
activismo una forma de identidad desesperanzada y nihilista. Aunque supongo que
el autor no estaría de acuerdo conmigo en la manera de describirla.
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