Maxim Rysanov
Iba a
escribir sobre Shostakovich y su Quinta, pero no es de él quien tengo que hablar, sino de
Schinttke. López Cobos y Maxim Rysanov. El arte, si lo es, siempre sorprende. Lamento antes de la
extinción, así debo titular este concierto para viola. La viola de
principio a fin, como si estuviese sola en la gran sala de conciertos, se
duele, gime en un lamento interminable, sin vuelta atrás, avanzando por un
camino que le lleva a la extinción. Una orquesta peculiar, sombría, sin
violines, con ocho violas, ocho cellos y ocho contrabajos, mucho metal y mucha
madera, apunta, colorea, remarca, acompaña, pero nunca en diálogo con la viola,
que va sola en un persistente lirismo, una soledad tanto más grande cuanto grande
es el número de los acompañantes. Una viola que en las manos de Maxim Rysanov
no parece un instrumento sino la voz de un poeta gimiente que cuenta su fin. Fue la última obra que escribió Schnittke, estrenada en 1986. Encomiable el gesto del instrumentista cuando ante los muchos aplausos levanta
la partitura para señalar al autor. Es lo que sucede cuando la música se impone
al virtuosismo, a la profesionalidad o al espíritu funcionarial de los
intérpretes. El arte ha de sorprender, entusiasmar, descubrir. Eso ha sido para
mí este sorprendente concierto para viola. Me ha faltado algo, no obstante, debería
ser posible la repetición, sobre todo si es la primera vez que se ofrece, si es
intenso, si se ha perdido por despiste el comienzo. No estaban, sin embargo, en
la partitura de Schinttke las toses y carraspeos del irrespetuoso público que
rompía una y otra vez el discurso íntimo de la viola.
Desgraciadamente
la orquesta no ha estado a la altura de la Quinta de Shostakovich. Aquí sí, los músicos
parecían funcionarios, instrumentistas sin más. Nada que ver con la versión que
por la tarde acababa de escuchar de Rudolf Barshai. Y tenía ganas de enlazar
mis emociones primaverales con el largo de la sinfonía, pero no ha habido
manera.
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