Tras haber leído La primavera del comisario Ricciardi, no
tengo buenas razones para fiarme del gremio de libreros, más bien al
contrario.
Todos los autores de novelas
negras pretenden ser ingeniosos –confían más en el ingenio que en la calidad de
su escritura para aumentar las ventas-, buscan un detective o comisario muy
particular, lleno de tics o de intereses especiales o de gustos llamativos o de
conducta irregular, de personajes secundarios distinguidos igualmente por
alguna particularidad que les destaque de la masa, intentan confundir al lector
haciéndole creer, como los prestidigitadores que creen que son, que el asesino
es otro diferente de aquel a quien descubren en la última página, describen un
escenario teatral en el que disponer a sus personajes y los hechos que van
conduciendo la trama, pero en realidad las variaciones entre este tipo de novelas
no son muchas y terminan por aburrir cuando se han leído unas cuantas, porque
la capacidad de sorpresa del lector es limitada.
Esta novela firmada por Maurizio
de Giovanni y escogida por libreros y bibliotecarias como la mejor novela negra
publicada en el 2012, es tan convencional como cualquier otra. El escenario se
sitúa en los años 30, cuando Mussolini, contexto histórico que no aporta nada
de particular, nada. Un barrio de Nápoles: obreros, gente humilde, mujeres que
se ganan la vida con gran esfuerzo y poca renta, en contraste con una familia
aristocrática a la que de algún modo se implica en la trama. Una vieja
cartomántica que predice el futuro con engaños, y además prestamista con usura,
es asesinada. Hay todo un grupo de sospechosos a los que vamos conociendo en
los interrogatorios: un profesor de latín sesentón que espera que se muera su
madre para poder casarse con su novia de toda la vida, un hombre trabajador que
se adeuda para poder montar una pizzería para sacar adelante a su familia, una
portera con una hija tonta, una compañía teatral llena de rencillas y celos, un
joven y guapo actor, gran conquistador de mujeres, y una mujer hermosísima a la
que los hombres acosan y a quien alguien da un tajo en la mejilla. El comisario
es un tipo frío, de ojos helados, tristón, de quien todo el mundo huye, cuya
única pasión solitaria es mirar por la ventana al atardecer a una vecina, que
al otro lado de la calle, tras su propia ventana, borda que te borda, de la que
parece que estar inverosímilmente enamorado. Y otra particularidad tiene este
comisario, ve al espectro de los muertos en el lugar del crimen repetir una y otra vez la
última frase que dijeron antes de morir. Le ayuda en sus tareas de investigación
un sargento más terrenal, una especie de Sancho Panza de corazón bondadoso y
algo infeliz.
Todos los autores de novela negra
intentan hacer literatura: la primavera, las flores, el sol, los sentimientos,
pero con las novelas de género eso está al alcance de muy pocos. Se nota el
esfuerzo, a veces es penoso.
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