Está el tráfico,
al que es difícil acostumbrarse con esa manía de los británicos de mantener la
costumbre de circular por la izquierda. Y está la lluvia. Te recibe el sol que
pica de finales de julio y de pronto unas nubes ominosas se ciernen en el
horizonte. Y llueve, primero sin querer como pidiendo perdón, luego de forma
torrencial, durante largo tiempo.
La ciudad
está encajada entre el estuario del Forth y un semicírculo de cerros desnudos,
con poca vegetación, quedan chimeneas como testigos de sus antiguas industrias,
también la piedra negra de muchos edificios, pero el cielo está ahora limpio,
salvo por las nubes.
Está la
Royal Mile , la calle a medias peatonal, turística,
llena de pubs y tabernas, de titiriteros y gaiteros, que de este a oeste, del
palacio real en la parte baja hasta el castillo en lo más alto, recorre la
parte vieja de la ciudad, y está Princes Street, en el mismo sentido pero en el
New Town, un ensanche del siglo XVIII considerado patrimonio mundial por la Unesco , la zona comercial,
moderna, aunque en Edimburgo no hay rascacielos y el tono gris de los edificios
sin limpiar se percibe por doquier.
Y están las
gaitas inasequibles que buscan las monedas de los turistas. Y esta la National Gallery
of Scotland, situada junto con sus bonitos jardines –Princes Gardens- y una
alfombra de césped, en una hondonada que parte el viejo Edimburgo del nuevo,
ideal para comerse un bocata o descansar si la lluvia lo permite.
El New Town
es un barrio longitudinal de anchas calles paralelas: Princes Street, George
Street, Queen Street, moteada de esculturas de escoceses ilustres, de las
cuales la más aparatosa es la torre neogótica piramidal dedicada a Walter
Scott.
El Reverendo Robert Walker patinando
Parlamento de Miralles
Visitas. El
Castillo: como todos los castillos da mucho menos de lo que promete por muy
reconstruido que esté, lo que no impide manadas de turistas, nada que no pueda mejorar
un buen documental sobre los reyes de Escocia, sus Robert the Bruce y sus
Robert Wallace. El gran puente sobre el Forth de la época de los ingenieros del
hierro. Hitchcock rodó ahí una escena de 39 escalones. Las casas en el trazado
regular del New Town de Gordon Brown, de Stevenson o del primer ministro de
Escocia. El Britania, yate real que como muchas iglesias ha sido desacralizado
y convertido en atracción. El pequeño barrio del Dean. La cerveza artesanal del
pub en Cumberland Street. Y el gran mirador que es el cerro Salisbury Crag,
desde donde se ve el nuevo parlamento diseñado por Enric Miralles, después de
que los escoceses desdeñaran el viejo palacio neoclásico de Calton Hill, frente
al Holyrood, el palacio donde su majestad británica manifiesta su presencia una
vez al año. No me gusta el palacio de Miralles, tan alabado, una barraca de
feria en medio de la Atenas
del Norte.
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