jueves, 1 de agosto de 2013

Edimburgo



            Está el tráfico, al que es difícil acostumbrarse con esa manía de los británicos de mantener la costumbre de circular por la izquierda. Y está la lluvia. Te recibe el sol que pica de finales de julio y de pronto unas nubes ominosas se ciernen en el horizonte. Y llueve, primero sin querer como pidiendo perdón, luego de forma torrencial, durante largo tiempo.


            La ciudad está encajada entre el estuario del Forth y un semicírculo de cerros desnudos, con poca vegetación, quedan chimeneas como testigos de sus antiguas industrias, también la piedra negra de muchos edificios, pero el cielo está ahora limpio, salvo por las nubes.


            Está la Royal Mile, la calle a medias peatonal, turística, llena de pubs y tabernas, de titiriteros y gaiteros, que de este a oeste, del palacio real en la parte baja hasta el castillo en lo más alto, recorre la parte vieja de la ciudad, y está Princes Street, en el mismo sentido pero en el New Town, un ensanche del siglo XVIII considerado patrimonio mundial por la Unesco, la zona comercial, moderna, aunque en Edimburgo no hay rascacielos y el tono gris de los edificios sin limpiar se percibe por doquier.

            Y están las gaitas inasequibles que buscan las monedas de los turistas. Y esta la National Gallery of Scotland, situada junto con sus bonitos jardines –Princes Gardens- y una alfombra de césped, en una hondonada que parte el viejo Edimburgo del nuevo, ideal para comerse un bocata o descansar si la lluvia lo permite.


            La National Gallery of Scotland es un edificio de hechuras clásicas de piedra ocre, como muchos en Edimburgo, tanto oficiales como privados. Es muy común, en las calles de la ciudad nueva, ver casas de vecinos que se adornan con una fachada partenón. Una vez que se dieron el mote de la Atenas del norte se pusieron manos a la obra. Incluso, impulsados por el filósofo local David Hume, quisieron tener su propia Acrópolis en un pequeño cerro, Calton Hill, lleno de obra neoclásica, que la falta de dinero para terminarla hizo que la colina sea hoy como la verdadera Acrópolis, un paisaje de cuidadas ruinas.


            El New Town es un barrio longitudinal de anchas calles paralelas: Princes Street, George Street, Queen Street, moteada de esculturas de escoceses ilustres, de las cuales la más aparatosa es la torre neogótica piramidal dedicada a Walter Scott.

El Reverendo Robert Walker patinando

            La National Gallery es un espacio pequeño pero coqueto que alterna salas cuadradas y circulares. En ellas se amontonan los cuadros. En la planta noble tienen un Velázquez, La vieja friendo huevos, un autorretrato de Rembrandt, El beso de Rodin y obras italianas, francesas, flamencas y holandesas de calidad, aunque no lucen como debieran por el reducido espacio del que disfrutan. Un piso más arriba tienen su parte de impresionismo, expresionismo y arte escocés del siglo XIX y XX. Quizá la obra más llamativa sea la del Reverendo Robert Walker patinando sobre el Duddingston Loch.


Parlamento de Miralles

            Visitas. El Castillo: como todos los castillos da mucho menos de lo que promete por muy reconstruido que esté, lo que no impide manadas de turistas, nada que no pueda mejorar un buen documental sobre los reyes de Escocia, sus Robert the Bruce y sus Robert Wallace. El gran puente sobre el Forth de la época de los ingenieros del hierro. Hitchcock rodó ahí una escena de 39 escalones. Las casas en el trazado regular del New Town de Gordon Brown, de Stevenson o del primer ministro de Escocia. El Britania, yate real que como muchas iglesias ha sido desacralizado y convertido en atracción. El pequeño barrio del Dean. La cerveza artesanal del pub en Cumberland Street. Y el gran mirador que es el cerro Salisbury Crag, desde donde se ve el nuevo parlamento diseñado por Enric Miralles, después de que los escoceses desdeñaran el viejo palacio neoclásico de Calton Hill, frente al Holyrood, el palacio donde su majestad británica manifiesta su presencia una vez al año. No me gusta el palacio de Miralles, tan alabado, una barraca de feria en medio de la Atenas del Norte.

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