Kafka
escribía La
Metamorfosis y más de doscientas cartas desde Praga a Berlín
a su amada Felice Bauer, entre ellas la más extraña petición de matrimonio que
se haya escrito: “Ten presente, Felice, el cambio que experimentaríamos con un
matrimonio, lo que perdería y ganaría cada uno”; en Trieste, Joyce comenzaba a
perfilar su Ulyses; en Paris, Proust publicaba la primera parte de En
busca del tiempo perdido, y Anatole France escribe: “La vida es muy corta y
Proust muy largo”, y en Viena, Robert Musil comenzaba a escribir El hombre
si atributos y Thomas Mann La montaña mágica. En Berlín se rompe la
hermandad de pintores Die Brucke –el puente-, pero es entonces cuando,
Kirchner entre ellos, comienzan a pintar sus mejores obras; en Munich eclosiona
El jinete azul; en Paris, Picasso y Braque están en su mejor momento; en
Viena Gustav Klimt y Egon Schiele representan los dos polos de la pintura y, en
Italia, De Chirico da a conocer su pintura metafísica; Emil Nolde organiza una
gran expedición para pintar el paraíso de Nueva Guinea, pero lo que en realidad
pinta es el sueño roto de Gauguin: los primitivos han sido tristemente
europeizados; Marcel Duchamp deja de pintar y, más tarde, a finales de año
presenta la rueda delantera de una bici sobre un taburete, su primer reddy-made,
casi al mismo tiempo que Malevich presenta su Cuadrado negro y
libera a los pintores de la figuración y del color; El arquitecto Adolf Loos,
“el gélido adversario del ornamento”, hace esta distinción: “A diferencia de la
obra de arte, que no debe gustar a nadie, la casa debe gustar a todos. La obra
de arte quiere arrancar al ser humano de la comodidad; la casa debe estar al
servicio de la comodidad. La obra de are es revolucionaria; la casa, conservadora”;
Wittgenstein escribe el Tractatus Logico Philosophicus y Oscar Spengler,
el gran pesimista, escribe La decadencia de Occidente. Schoenberg,
primero triunfa con los Gurrelieder, en Viena, y luego sufre la rechifla,
cuando dirige la música de su discípulo Alban Berg, como le sucede a
Stravinsky, en París, con el monumental escándalo de La consagración de la
primavera. Todo eso y mucho más ocurre en 1913.
Florien
Illies, mediante pinceladas impresionistas agrupadas en párrafos, algunos largos,
otros cortos, y mes a mes, con ligeros toques de humor, intenta captar lo que
ocurrió en ese año: 1913. Un año hace cien años. Da cuenta de los
sucesos culturales del año, los éxitos y los fracasos, también de algunos
científicos, pocos, y de los sucesos íntimos de los famosos de entonces: la
arrebatada pasión correspondida de Gottfried Benn, el patólogo -durante un año
había diseccionado 297 cadáveres- que convierte su experiencia en poesía: Morgue,
un libro que revoluciona la poesía, por Elsa Lasker-Schuler, poetisa que vive
en la miseria, y su final; la promesa que Alma Mahler hace a Oscar Kokoscka de
que se casará con él si compone una obra maestra, Kokoschka pinta La novia
del viento, pero Alma Mahler no cumple su promesa; el arrebatado amor de Georg
Trakl por su hermana; la devoción homoerótica por Stefan George de sus
seguidores; Rainer Maria Rilke hace un alto en Ronda y escribe cartas a sus
mujeres, entre ellas a Lou Andrea-Salomé; Gustav Klimt pintando en Viena en
bata para mejor atender la necesidad súbita que le provocan sus muchas modelos
desnudas; Karl Kraus y la baronesa Sidonie Nádherný von Borutin, otra pasión; la
disputa y ruptura entre Freud –que publica Tótem y Tabú- y su principal
discípulo Jung. También la angustia cercana al suicidio de gente como Virginia
Wolf, o el propio Trakl. Todo el mundo, entonces, enfermo de neurastenia; ahora
le decimos stress. Incluso Hitler y Stalin pasean en los mismos días por el
parque del castillo de Schönbrunn, en Viena.
La novia del viento
Illies,
haciendo acopio de una ingente cantidad de citas y anécdotas, capta la espuma
de los días, tras la que se vislumbra la ominosa sombra de la catástrofe, que ya
se ve en las guerras de los Balcanes. Falta sin embargo referencias a la vida
cotidiana de la gente común, siendo como es un libro que entra en las
habitaciones y en la mente de sus protagonistas. El segundo defecto es el peso
abrumador de la cultura centroeuropea, alemana, en realidad, con pequeñísimas
incursiones en París, Nueva York, Londres o Roma.
No es el
primer libro de éxito dedicado a un solo año. Cito algunos más : Moscú 1937,
de Karl Schlögel; 1922 en Constellation of Genius, de Kevin Jackson; y
también para 1913, 1913: the World Before the Great War, de Charles
Emmerson o 1914, de la paz a la guerra de Margaret Macmillan, de quien
Tusquets ha publicado: Paris, 1919: los seis meses que cambiaron el mundo.
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