Sobreponiéndome a la dura
decomprensión veraniega que me acomete en estos primeros días de julio y
siguiendo la pista que me ofrece un artículo del país sobre algún aniversario
de la revolución cuántica en física me lanzo a la lectura de Fausto en Copenhague. A pesar de lo que
pudiera parecer es una lectura plenamente veraniega. El autor, Gino Segré,
físico teórico él mismo, toma como hilo conductor la representación del Fausto en una variante paródica que
prepararon los propios protagonistas de los encuentros de Copenhague, donde en
los años 20 y 30 se dilucidaron los problemas de la revolución cuántica. En la
representación Bohr, Pauli, Ehrenfest, Heisenberg y otros mutan en los
personajes de la obra de Goethe, el Señor, Mefistófeles, Fausto o Margarita,
para aludir con humor a los problemas y las soluciones que estaban encontrando.
Cada año hacían una representación para concluir sus encuentros en el Instituto
de Física Teórica que dirigía Bohr; el Fausto
escrito por Max Delbrück, lo representaron en 1932, un año de importantes
descubrimientos, entre ellos el del neutrón, año decisivo en la llamada
interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica, antes de que los
importantes físicos que participaron en la revolución de la física abandonaran
Europa ante la amenaza hitleriana.
Gino Segré
recorre las décadas de los veinte y treinta, desde el nacimiento del quantum y
las aportaciones iniciales de Planck y Einstein hasta la eclosión de los
jóvenes físicos que participaron en Los Álamos en las construcción de las
bombas nucleares que estallaron en Hiroshima y Nagasaki, aunque el grueso del
libro está dedicado a los encuentros de Copenhague en torno a Niels Bohr, al
que concede el papel más relevante en el inicio de la revolución cuántica.
Junto a Paul Ehrenfest, Rutherfort y Lise Meitner formará la primera generación
que describe los sucesos en el cosmos subatómico, siendo la segunda la formada
por físicos teóricos como Heisenberg, Pauli y Dirac quienes establecieron los
fundamentos de la mecánica cuántica junto a la aportación más solitaria de
Schrödinger. De la narración se desprende que los físicos teóricos eclosionan
al inicio de sus veinte años, entre los veinte y los treinta tienen sus grandes
intuiciones, ocurre como con la creatividad de los poetas, y llegar a los
treinta es como sobrepasar una barrera que lleva a la decadencia. Parodiando a
un personaje de Goethe, Dirac apunta en el Fausto de Copenhague:
“¡Desde luego! Es una fiebre fría la vejez,
Que padecen todos los físicos.
En cuanto uno ha pasado de los
treinta,
Lo mismo da estar muerto”.
El libro
está escrito de forma tan liviana, lleno de anécdotas y de aproximaciones
humanas a los grandes físicos que se lee como una novela. Explica de tal forma
el principio de complementaridad de Bohr, el de incertidumbre de Heisenberg, el
principio de exclusión de Pauli o la importancia de la ecuación de Dirac,
descritos con tal sencillez, que hasta la mecánica matricial de Heisenberg o la
ondulatoria de Schödinguer parecen comprensibles.
Me ha
gustado tocar las páginas de buen papel agradable al tacto de la editorial
Ariel, hasta el olor de impresión me ha gustado, sin embargo hay cosas
incomprensibles en una editorial prestigiosa, incomprensibles defectos que han
impedido que la lectura haya sido del todo placentera. En el texto se alude a
menudo a las fotografías que lo
acompañan, pues bien, el libro no contiene ninguna de esas fotografías. El otro
gran defecto de esta edición son los muchos errores de traducción, cosa muy
común en los libros ensayísticos que editan las editoriales españolas, en
especial las catalanas, un defecto al que no deberíamos acostumbrarnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario