domingo, 7 de julio de 2013

Fausto en Compenhague

Sobreponiéndome a la dura decomprensión veraniega que me acomete en estos primeros días de julio y siguiendo la pista que me ofrece un artículo del país sobre algún aniversario de la revolución cuántica en física me lanzo a la lectura de Fausto en Copenhague. A pesar de lo que pudiera parecer es una lectura plenamente veraniega. El autor, Gino Segré, físico teórico él mismo, toma como hilo conductor la representación del Fausto en una variante paródica que prepararon los propios protagonistas de los encuentros de Copenhague, donde en los años 20 y 30 se dilucidaron los problemas de la revolución cuántica. En la representación Bohr, Pauli, Ehrenfest, Heisenberg y otros mutan en los personajes de la obra de Goethe, el Señor, Mefistófeles, Fausto o Margarita, para aludir con humor a los problemas y las soluciones que estaban encontrando. Cada año hacían una representación para concluir sus encuentros en el Instituto de Física Teórica que dirigía Bohr; el Fausto escrito por Max Delbrück, lo representaron en 1932, un año de importantes descubrimientos, entre ellos el del neutrón, año decisivo en la llamada interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica, antes de que los importantes físicos que participaron en la revolución de la física abandonaran Europa ante la amenaza hitleriana.

            Gino Segré recorre las décadas de los veinte y treinta, desde el nacimiento del quantum y las aportaciones iniciales de Planck y Einstein hasta la eclosión de los jóvenes físicos que participaron en Los Álamos en las construcción de las bombas nucleares que estallaron en Hiroshima y Nagasaki, aunque el grueso del libro está dedicado a los encuentros de Copenhague en torno a Niels Bohr, al que concede el papel más relevante en el inicio de la revolución cuántica. Junto a Paul Ehrenfest, Rutherfort y Lise Meitner formará la primera generación que describe los sucesos en el cosmos subatómico, siendo la segunda la formada por físicos teóricos como Heisenberg, Pauli y Dirac quienes establecieron los fundamentos de la mecánica cuántica junto a la aportación más solitaria de Schrödinger. De la narración se desprende que los físicos teóricos eclosionan al inicio de sus veinte años, entre los veinte y los treinta tienen sus grandes intuiciones, ocurre como con la creatividad de los poetas, y llegar a los treinta es como sobrepasar una barrera que lleva a la decadencia. Parodiando a un personaje de Goethe, Dirac apunta en el Fausto de Copenhague:

 “¡Desde luego! Es una fiebre fría la vejez,
Que padecen todos los físicos.
En cuanto uno ha pasado de los treinta,
Lo mismo da estar muerto”.

            El libro está escrito de forma tan liviana, lleno de anécdotas y de aproximaciones humanas a los grandes físicos que se lee como una novela. Explica de tal forma el principio de complementaridad de Bohr, el de incertidumbre de Heisenberg, el principio de exclusión de Pauli o la importancia de la ecuación de Dirac, descritos con tal sencillez, que hasta la mecánica matricial de Heisenberg o la ondulatoria de Schödinguer parecen comprensibles.

            Me ha gustado tocar las páginas de buen papel agradable al tacto de la editorial Ariel, hasta el olor de impresión me ha gustado, sin embargo hay cosas incomprensibles en una editorial prestigiosa, incomprensibles defectos que han impedido que la lectura haya sido del todo placentera. En el texto se alude a menudo a las  fotografías que lo acompañan, pues bien, el libro no contiene ninguna de esas fotografías. El otro gran defecto de esta edición son los muchos errores de traducción, cosa muy común en los libros ensayísticos que editan las editoriales españolas, en especial las catalanas, un defecto al que no deberíamos acostumbrarnos.

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