miércoles, 10 de julio de 2013

Stoker


            Esta peli es una sorpresa desde los mismos títulos de crédito, presentados de forma muy original, hasta el final. Lo mejor es verla sin saber nada de ella, como me ha ocurrido a mí. Su forma limpia y estilizada, de superficies geométricas y colores planos e intensos, de personajes que alcanzan el misterio en su aparente simplicidad, contribuyen al desconcierto del espectador y crean unas expectativas abiertas. Uno no sabe qué va a suceder, aunque todo es posible. Una hermosa casa, casa de arquitecto, dos mujeres, madre e hija, y un tío, hermano del recientemente fallecido arquitecto, padre y esposo, que se presenta tras el funeral para hacerse cargo de la sobrina, aparecen casi como elementos del decorado, como objetos móviles junto a otros objetos hermosos aunque distantes y fríos. El misterio que surge de la frialdad tarda en aparecer y desvelarse y cuando lo hace sorprende, pilla desprevenido al espectador. Mi impresión final es como si hubiese asistido al despliegue de una pintura en la que los personajes cobran vida. Unos personajes a los que sólo se ve de frente, en los que no se escarba para descifrar su complejidad o su profundidad. Personajes planos, pero que trasmiten misterio y angustia.


            El director coreano Park Chan-wook ha creado una peli originalísima, cuyo objetivo es presentar formas bellas, paisajes, personas, sucesos, decorados, ambientes, música puestos en escena para producir encanto o placer. La historia, a medio camino entre el terror y el thriller, parece secundaria, al servicio de la belleza formal. No hay reflexión sobre las personalidades patológicas que aparecen, no se nos explica su comportamiento extraño, no hay debate moral, aunque en el espectador a lo largo de la peli el desasosiego va creciendo. Los tres actores principales, Mia Wasikowska, Matthew Goode y Nicole Kidman, jóvenes y hermosos, distantes y eróticos, dan vida a personajes por los que no sabemos qué sentir, con quien no podemos identificarnos. Porque lo que ha tratado el director es fabricar un artefacto formalmente bello, sin importarle el trasfondo de la historia o trascendencia alguna. Lo cual tiene su riesgo porque muchos podrían calificar a la peli de banal, de intrascendente, y quizá lo sea, pero de lo que no hay duda es de la belleza conseguida. Todo está perfectamente cuidado, el encuadre, la interpretación, la banda sonora. A destacar la recuperación de Sumerwine, el clásico de Lee Hazelwood & Nancy Sinatra, de 1967.

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