Desde el Alto de la
Varga, parteluz de las cuencas de los ríos Carrión y Pisuerga, todo fue subir entre retamas y brezos recién florecidos, primero, y por terrenos pedregosos después, con el cielo
cubierto, temperatura moderada y algún breve y suave llanto del cielo que
casi no necesitaba de chubasqueros o de paraguas, y la vista puesta en los numerosos embalses palentinos.
Al principio por una larga y
suave pendiente en la que nos topamos con una carrera ciclista que bajaba por
donde nosotros subíamos, luego cresteando por picos menores, Peña Miranda, los
Llanillos, el Alto de los Llanos y el Pico Rebanal, hasta aproximarnos al
anfiteatro de la Peña Redonda.
La subida a la mole del Peña Redonda fue la parte más dura, por zona rocosa y áspera
con piedra que se desprendía fácilmente y donde hubo que utilizar las cuatro
extremidades para no resbalar por la inclinada pendiente.
Descendimos con alguna dificultad hasta la sima de las
nieves, agujeros sobre el terreno donde en otro tiempo los lugareños subían a
cargar nieve. Allí comimos. Después en el collado de Burrian comenzó la aventura
buscando la pista que nos había de llevar a San Martín de los Herreros. Subimos
y bajamos collados y nos perdimos.
No hubo manera de dar con el camino al pozo
de Brañosera o a la Fuente Colorada ,
así que bajamos a la brava hasta dar con el valle que conduce a la Tejeda de Tosande, unos cuántos
kilómetros más de los previstos. La gente llegó derrengada al parking de
Tosande.
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