Si en la
primera temporada el clímax se alcanzaba en el último capítulo, en la segunda
se alcanza dos episodios antes del final. Un niño, que llega con su madre al principio
de la temporada para convertirse en la familia del sheriff –son viuda e hijo de
su hermano muerto en la guerra-, será el detonante de la recomposición de
afectos, del amansamiento temporal de las tensiones y punto de partida para la
redistribución de las funciones y del poder.
Si en la
primera temporada se nos presentan los personajes, su pelea por el poder, su
ansia salvaje de enriquecimiento a cualquier costa, mostrando de forma efectiva
lo que era el salvaje oeste, en esta segunda se ve el reacondicionamiento, la
adaptación hacia una nueva situación aquella en la que el pueblo tenga que
formar parte de un Estado, Dakota, ajustarse a unas leyes, pactar en las
mejores condiciones con los representantes de ese poder que viene de fuera. Se establecen
coaliciones provisionales entre vecinos o recién llegados, entre antiguos
enemigos con tal de estar en la mejor situación para cuando llegue el cambio.
Al mismo
tiempo se sigue con el dibujo de personalidades, individuos sometidos al límite,
un antológico dueño de hotel y alcalde al mismo tiempo que suple su cobardía
con artimañas de las que espera obtener beneficios y discursos tan elaborados
como oscuros, los dos rivales dueños de salones de putas tan fríamente malvados
como recorridos por una veta sentimental, capaces de dominar a los demás por la
fuerza de su inteligencia o de la fuerza bruta, un sheriff que parece atender a
principios pero que de vez en cuando cae en una furia incontenible, partido por
la pasión que siente por una viuda indefensa y la responsabilidad hacia la
mujer de su hermano a la que ha heredado como esposa, un siniestro ingeniero de
minas, representante de un poderoso minero de oro, psicópata temible pero capaz de entender su psicopatía, una Calamity Jane siempre razonable y moral en su
continua borrachera, un médico que no para, adivinado soluciones a los
problemas que se le presentan, putas que saben que su vida como mujeres y putas
no vale nada pero que se las arreglan para sobrevivir, aunque no siempre lo
consiguen, y una pléyade de personajes secundarios cada uno construyéndose
continuamente, entre la violencia y el ansia, entre el miedo y la alianza por
la supervivencia. Por cierto, casi todos basados en personajes históricos, a
los que la serie mantiene cierta fidelidad. Seth Bullock, Al Swearengen, Wild Bill Hickok, Sol Star, Calamity Jane, Wyatt
Earp, EB Farnum, Charlie Utter y George Hearst.
Y luego está la escritura de
la serie, de David Milch, mucho más elaborada en esta segunda temporada, con
muchos monólogos de los personajes, algunos a solas –los del alcalde, los del
dueño del prostíbulo con una caja de cartón donde guarda la cabeza de un indio,
los de Calamity Jane-, algunos ininteligibles, que requieren gran esfuerzo de
comprensión, aunque el propio contexto sirve para entender qué quieren decir. Una
serie elaborada con la voluntad de dejar huella.
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