Cualquier
joven cree que está abriendo el mundo, que al mirarlo lo descifra por primera
vez y por tanto si se pone a representarlo las formas que le da son nuevas,
diferentes de lo viejo que ha visto alrededor. Esa es la impresión que tengo viendo
Los ilusos de Jonás Trueba. No me molesta, me reconozco porque yo
también pensé de ese modo, me ilusioné de ese modo. De hecho para cada uno de
nosotros el mundo se abre por primera vez. No me molesta como digo ver esta
peli en blanco y negro, sus balbuceos seguros, porque las dos cosas asoman,
como en los tanteos del joven, la inseguridad de la cámara que tiembla en las
manos y las afirmaciones sin hesitación que se hacen cuando se interpreta,
cuando se cita, cuando se selecciona una secuencia como símbolo de algo. Lo
único que me molesta es que yo fui como ellos y ya no lo soy y para mí es todo
viejo o casi todo, aunque me gustaría que no lo fuera.
Los
ilusos juega con eso, con la transparencia del joven que quiere un discurso
puro, sin trampa, haciendo gala de ingenuidad, aunque al final, ya bien entrada
la peli, hay una historia, no habría peli sin historia, aunque es bien
sencilla, pero es la historia, al fin, que siempre se cuenta, un hombre, una
mujer y el amor. Todo lo demás es decorado, en este caso interiores y calles de
Madrid, bares y cines, amigos charlando y los lenguajes que se usan en el cine,
diálogos, cámaras, música y canciones, desnudos y vestidos, pero cada uno de
ellos sin elaborar, sin construir, sin formalizar o eso pretende la peli que
creamos. Y montaje, claro, que acaba de dar forma a lo aparentemente informal,
lo que al fin es lo más importante en el cine, cortar y pegar. Y también una
metáfora del cine, muerto, en las cintas de vhf que desarma un niño, sacándolas
de su carcasa, con las que se enreda, y vuelto a resucitar en este peli y en
otras tantas que balbucean y afirman por ahí. Me ha gustado.
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