Leo la introducción y los dos primeros capítulo de Inferno,
el nuevo artefacto de Dan Brown, hice lo mismo con El código da Vinci. Dejo
resbalar mis ojos como en un tobogán veraniego por unas cuántas páginas más y no
lo comprendo. No comprendo cómo puede haber tanta gente que compre y lea semejante
cosa. De la lectura se espera placer y conocimiento o ambas cosas, yo no veo
que ninguna de las dos pueda extraerse de la lectura de los libros de este
hombre. A lo mejor, todo eso está en las páginas por leer, pero no estoy dispuesto a perder el tiempo. ¿Puro marketing?, ¿será cierto que la gente compra sólo porque se lo
meten por los ojos, porque la editorial crea el evento y al igual que en las colas
ante los museos, en las grandes ocasiones, el evento crea su público? Ya se
sabe que el best seller, en general, poco tiene que ver con el arte, pero uno
espera un mínimo de dignidad.
Me
quedo con el epígrafe que abre el libro, que como en tantas ocasiones es muchos
mejor que lo que sigue:
“Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en épocas de crisis moral”.
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