jueves, 16 de mayo de 2013

Esperando a Godot en el Valle-Inclán



            La versión de Sanzol de Esperando a Godot, en el Valle-Inclán, se caracteriza por destacar los momentos de humor, cómicos, absurdamente cómico en algún caso, y por la fuerza y el movimiento que despliegan los actores en el escenario. A veces se mueven tanto que cansa al espectador su movimiento. Por lo demás el absurdo que transmiten llega bien a la actualidad con algunos leves cambios para situar la acción en el presente. También la interpretación del texto de Becket parece encarrilada hacia el absurdo de la existencia humana sobre la tierra. Ahí no era necesario precisar un momento histórico, el sinsentido de la humana existencia, según esa concepción filosófica, vale para cualquier época.

            Sobre el escueto escenario, salpicado por arbustos y un árbol secos, se mueven los cuatro personajes de Becket, con la breve presencia del muchacho que se presenta al final de cada día, con sus esperanzas frustradas y sus cargas de inhumanidad. A veces se arrastran lentamente y otra en movimientos desaforados, casi violentos, para establecer los ritmos de la obra. Unas veces maltratándose o insultándose y otras buscando el calor entre ellos, unas exponiendo su desolación y otras sus humoradas o sus burlas, pero todos atrapados en un destino inexorable que no detendrá el Godot que el muchacho anuncia que no vendrá, al menos en esta jornada.

            Creo que la opción de subrayar la parte cómica, que provoca más la sonrisa que la risa, no alivia la pesada carga de la desesperación de los personajes. El espectador no se siente cómodo con esa risa y además humaniza el texto, es decir, lo hace más creíble. Los actores están muy bien y la dinámica de la acción, como decía, hace que el texto pase bien, que la segunda parte, al contrario de lo que me ha ocurrido en otras versiones, no se haga pesada.

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