La versión
de Sanzol de Esperando a Godot, en el Valle-Inclán, se caracteriza por
destacar los momentos de humor, cómicos, absurdamente cómico en algún caso, y
por la fuerza y el movimiento que despliegan los actores en el escenario. A veces
se mueven tanto que cansa al espectador su movimiento. Por lo demás el absurdo
que transmiten llega bien a la actualidad con algunos leves cambios para situar
la acción en el presente. También la interpretación del texto de Becket parece
encarrilada hacia el absurdo de la existencia humana sobre la tierra. Ahí no
era necesario precisar un momento histórico, el sinsentido de la humana
existencia, según esa concepción filosófica, vale para cualquier época.
Sobre el
escueto escenario, salpicado por arbustos y un árbol secos, se mueven los
cuatro personajes de Becket, con la breve presencia del muchacho que se
presenta al final de cada día, con sus esperanzas frustradas y sus cargas de
inhumanidad. A veces se arrastran lentamente y otra en movimientos desaforados,
casi violentos, para establecer los ritmos de la obra. Unas veces maltratándose
o insultándose y otras buscando el calor entre ellos, unas exponiendo su
desolación y otras sus humoradas o sus burlas, pero todos atrapados en un
destino inexorable que no detendrá el Godot que el muchacho anuncia que no
vendrá, al menos en esta jornada.
Creo que la
opción de subrayar la parte cómica, que provoca más la sonrisa que la risa, no
alivia la pesada carga de la desesperación de los personajes. El espectador no
se siente cómodo con esa risa y además humaniza el texto, es decir, lo hace más
creíble. Los actores están muy bien y la dinámica de la acción, como decía,
hace que el texto pase bien, que la segunda parte, al contrario de lo que me ha
ocurrido en otras versiones, no se haga pesada.
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