lunes, 13 de mayo de 2013

Dalí en el Reina Sofía



            El día comienza de forma sorprendente. Bajando por una de las calles que llevan al museo, veo a un hombre que tiene medio cuerpo metido dentro de un coche, un cuatro por cuatro. Al fijarme con más atención veo que el cristal está astillado, que el hombre forcejea para ampliar el hueco, apartando trozos de cristal, hasta que su cuerpo puede entrar y arrancar el GPS pegado al parabrisas. Luego entra en otro coche, que está aparcado delante, que tenía la puerta abierta y se marcha dejando atrás los destrozos. Me he quedado tan boquiabierto que no se me ha ocurrido tomar nota de la matrícula del coche con el que se daba a la fuga.

            Sorprendentemente apenas hay cola en el Reina Sofía. Es lunes, las diez en punto. Como no hay indicaciones entro en el museo por la sala dedicada al surrealismo. Es la época de plenitud de Dalí, en torno al año 30. Es dueño del trazo, de la composición y su imaginación es vigorosa. Son todos cuadros conocidos, tantas veces reproducidos que no hay lugar para la sorpresa, ni siquiera en los cuadros que vienen del otro lado del Atlántico. Le veo las mismas pegas de siempre. Dalí es un pintor icónico, gran creador de imágenes con capacidad simbólica. Pero quién no las conoce al dedillo. Podríamos hacer un diccionario y no sería muy amplio. Por mucho que le demos vueltas los significados derivados son limitados. Sigo pensando que su etapa más interesante es la anterior al surrealismo, cuando tantea y experimenta, antes de dar con su estilo, Las pinturas de Cadaqués, las pinturas familiares, cuando se acerca al cubismo y lo combina con el surrealismo.

            Después avida dollars, cuando da con el estilo Dalí se repite hasta la saciedad, los mismos símbolos, las mismas imágenes, el descubrimiento de que él mismo como personaje forma parte del juego, como un showman al que le ríen las gracias. De hecho, la parte más seguida de la expo es el documental televisivo de los años setenta titulado Autorretrato, en el que no hay más que yo, yo y yo. Encantado de hablar de sí mismo. La sala está a rebosar, la gente aguanta las inacabables reiteraciones. Hay dos salas más con proyecciones cinematográficas, la dedicada a Un chien andalou y la de La edad de oro. La primera aguanta, sigue siendo la obra maestra que fue al principio. Buñuel y Dalí acertaron, pero la segunda es un bodrio, es cine viejo, muy viejo, no ha aguantado el paso del tiempo.

            Las salas posteriores, las dedicadas a los años 50 y las décadas sucesivas, desde mi punto de vista, tienen poco interés, a Dalí se le acabó la chispa. Ha envejecido mal su colaboración con Hollywood o con Walt Disney y sus pinturas no me dicen nada, salvo, quizá, sus reelaboraciones del Angelus de Millet.

            Se me ocurre la idea mientras camino cansado, mirando imágenes que no me dicen nada por haberlas vista tantas veces, que Dalí es un estafador, que tuvo un momento de brillo y que ese brillo lo prolongó como no lo hacen los creadores, los genios, sino como lo hacen los negociantes. ¿Tiene sentido, entonces, esta muestra? Sí, claro, siempre habrá para quien los iconos inventados por Dalí sean nuevos. Aunque ha de ser alguien muy joven.


Hace mucho calor en Madrid, casi veraniego. Paseo mal por sus calles, a rebosar aunque quizá no de forma tan apretada como otros años, anunciando la feria de San Isidro.

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