Ha habido
artistas en las últimas décadas que han hecho deslizar su vida delante de un
espejo. Su arte consistía en mostrar su cuerpo; la vida que manifestaban era la
tinta y los colores con los que dibujaban su obra de arte. Imposible distinguir
entre vida y arte, una vieja aspiración que nunca ha sido tan real como en los últimos
tiempos. Marina Abramovic es uno de esos artistas. De origen serbio, de la
vieja Yugoslavia, hija de políticos, héroes de la resistencia, desde muy pronto
se concibió a sí misma como escenario por el que los demás veían pasar la vida.
No sé si alguien, supongo que sí, ha hecho un estudio sobre la influencia de la
estructura psicológica en los artistas. En el documental que me sirve de base a
este comentario, Marina cuenta la vida de sus padres y lo sola y poco querida
que se sintió en su infancia. Según ella eso tuvo que ver con su propensión a
mostrarse delante de los demás representando la vida.
El documental tiene dos partes. Una
primera en la que se resume su historia, sus performances, con especial hincapié
en el periodo que vivió con su compañero artista, Ulay, formando grupo, The
other, como performers de la vida. Muestra con rapidez sus etapas, enamoramiento,
triunfo y ruptura, todo ello convertido en acciones teatrales de cara al público.
En la segunda parte muestra la retrospectiva que el MOMA le dedicó en 2010, en
la que una serie de jóvenes artistas reprodujeron sus acciones más conocidas y
donde ella se reservó una especial, The artist es present, que da título
al documental, donde, durante tres meses, Marina se presentó, día a día, en una
sala del museo, de 10 a 17,30, sentada en una silla, con otra frente a ella vacía,
para que quien quisiera se sentase y la enfrentase. Un auténtico tour de force estresante en el que la artista aguantó el tipo.
El
documental es vivo, dinámico, exhibe la fuerza de Marina Abramovic. Transmite
la verdad que hay en ella, la identificación entre vida y arte, cosa que no
ocurre con quienes la acompañan o intentan imitarla. La fuerza está en la imágenes
y menos en los comentarios que los críticos hacen sobre su obra, que no pueden
evitar la palabrería insignificante propia de los críticos modernos que tratan esforzadamente
de vestir lo que está desnudo y que de ningún modo necesita afeites o adornos
porque su gracia consiste en habérselos arrancado con violencia.
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