Como si nada hubiere y durar
pudiese esta dicha de ser
y estar en tantos, pleno …
Lo que viene, se va, Hoy,
sobre la flor violeta de los cardos,
mariposas, las últimas, celestes
con un toque añil, blancas moteadas
de negro.
La tarde desde aquí, cómo
está de quieta, de tranquila.
Nadie.
No puede ser el verso cántico
sino escucha, ventana
sin cristales.
Por esta misma
senda me vengo cada
tarde hacia el ocaso.
…
Duermen en el agua
las sombras que nunca han de
tener
mis ojos.
Una nitidez última se filtra
entre las nubes y, antes de
extenuarse,
me eleva. Soy casi sin mí. No
puedo
serlo más. Me desprendo,
cuanto nunca esperé. No es mucho,
para quien habla, todo. Soy casi
sin mí.
Un cielo aborrascado, claro
al fondo, apenas una franja,
purísima.
Mientras
tanto
grandes bandadas de estorninos
se dirigen, con prisa. a la
ciudad.
Está triste la tarde, tiene
la tristeza de una animal
moribundo,
como si se tendiera.
Un
arrendajo
en el nido de ayer. Con su
fragilidad
un hombre que camina, un hombre
apenas, que regresa.
Por un sendero blanco voy
esta tarde tan mustia, qué júbilo
por dentro.
Y al entrar el invierno anochece
de golpe, cuánta ausencia.
El frío afila la chopera,
deja su limpidez, desabrigada.
Qué claridad de nieve por las
ramas.
Se ha ido ya la nieve después
de mediodía. Nada dura.
Entre
los restos
de la nevada, zascandil,
un petirrojo escarba.
Está la tarde desolada,
qué cielo tan violáceo.
Han despuntado tenuemente los
chopos,
con un dudoso pardo.
Cae
la tarde, poco queda, quizá
lo imprescindible.
Empiezan
a mover,
a rojear los chopos y, en la
senda, el sauce
llorón, extraño allí, tras los
zarzales,
destella.
Hacia occidente un ascua
de lucidez.
La
neblina que humea donde
los dos ríos se funden. El cielo
desvaído, entre lila y carmesí, o
cárdeno,
sobre el crepúsculo,
difuminándose.
p. 63 encadenado de haikus.
Está
saliendo sobre el cerro la luna
enrojecida.
En
esta edad
un espesor de luz extraño,
primavera.
Cómo
cuaja
la primavera en pétalo,
en racimillo de simiente.
Declina
el sol, la tarde se recoge.
Alzada ya la luna,
canta el cuco, aquí y allí, me
avengo.
De tanto azul el cielo
duda, salvo en las nubes altas
que el rojo inflama.
Se
arquean
en la ribera los alisos
y pita un tren lejano.
El
aire se adelgaza
cuando viene la noche. Está
el cuclillo cantando, como
siempre
a lo lejos.
Y
en torno al sauce del sendero
la ligereza de una mariposa.
Lo que murmura el olmo joven
quién sabe.
La tarde ya vencida, es ya lugar
escueto, sin resguardo.
En
el salto del molino
festonea la espuma del sol, se
asemeja
al mar sobre un acantilado.
Quién
tuviese
la cautela del grajo sin la
discordia
de su graznido.
Hasta
los junquillos
de enfrente, tan débiles en
apariencia,
muestran una pureza que me
excede.
Se aligera de luz el campo y
puedo
entrar despacio en mí.
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