Si hemos de creer a los guionistas de esta película
francesa, un ministro es un hombre al borde de un ataque apopléjico por el desasosegante
estrés a que está sometido. Rodeado de asesores económicos, políticos y de
comunicación, tiene que improvisar declaraciones, hacer promesas solemnes en
cada una de las cuales se juega su futuro político y estar en la pelea diaria
por mantener su posición de privilegio frente a compañeros que ansían su plaza
o defienden la suya en parecidas condiciones. Rodeado de tanta gente, apenas
tiene tiempo para su vida familiar y apenas cuenta con amigos. Intenta sacar
adelante una apuesta política o un proyecto de ley o se ofrece parar algo tan impopular como privatizar las estaciones ferroviarias como propone un colega. Está en el centro de un
huracán de presiones, unas a favor, otras en contra, entre las que ha de llegar
a un equilibrio pues le va en ello su carrera política. Su propia salud personal
es una contingencia a la que no ha de prestar mayor atención, nada le ha de
quitar tiempo para su única preocupación y obsesión: mantener su posición de
poder o acrecentarla. Política. Exigir fidelidad a su grupo de asesores, amigos
y seguidores, pero él mismo quebrarla si se interpone en su camino hacia lo más
alto; hacer declaraciones donde pone como aval su continuidad en el puesto,
pero estar dispuesto a romper la promesa; asumir que el precio es una soledad
casi absoluta rodeada de colaboradores cuyo única motivación es igualmente el propio interés
personal; convertir cualquier suceso, cualquier asunto en que se vea envuelto, un accidente en el que él
mismo se ve implicado, la muerte de un colaborador, una catástrofe nacional,
una pelea intrapartidaria, en elementos de afirmación de su posición. Ah, y simular
que no se desea lo que más se ansía, el poder. El espectador acaba preguntándose,
¿todo eso para qué?, ¿qué se obtiene a cambio?, ¿tan fuerte es la pasión por el
poder?
La peli está narrada con economía de medios: pocos
exteriores -el coche del ministro que vuelca en una autopista, declaraciones en
medio de la nada delante de oyentes incrédulos-, y mucho interior: salones, despachos,
barras de bar, dormitorios y un conjunto de actores comedidos y caracterizados,
con pocas ocasiones para el lucimiento, salvo en el caso del protagonista, y
una voluntad documental, el intento de ofrecer al político in situ, en medio de
la pelea diaria, el político como profesional de la cosa. También algunos sueños, como el inicial en que un cocodrilo se zampa a una francesita desnuda, a los que habría que dedicar tiempo para su interpretación. La crisis se toca de refilón y la corrupción no aparece como tema. Una película que
intenta responder a qué sea la pasión por el poder y que evidencia que lo que
interesa al político no tiene por qué coincidir con lo que necesita el ciudadano.
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