sábado, 7 de abril de 2012

Sé que mi padre decía



Las novelas actuales que voy leyendo sobre tema vasco, explicando, directamente o de soslayo, el drama de los asesinatos etarras ponen como trasfondo la familia. En la familia parecen cocerse las personalidades turbias o de una pieza que entran en el negociado de la muerte. Así ocurría con la de González Sainz, Ojos que no ven, las de Aramburu o esta que acabo de leer de Willy Uribe.

Esta novela, Sé que mi padre decía, en principio, es una novela de acción, de serie negra o psicokiller o como quiera llamarse, pero el fondo es vasco contemporáneo, con mucha violencia y con la banda etarra en el horizonte.

El prota es un personaje desmañanado, que ya hemos visto en otras ocasiones, como en los divertimentos de Eduardo Mendoza, y fracasado, que busca un momento de buena suerte a su perra vida, aceptando un plan de chantaje que le ofrece una puta que en otra tiempo fue su mujer. Como ambos, el prota y la puta, sólo ven el dinero al final de la aventura, pero no las implicaciones que conseguirlo implica, caen en manos de un pistolero durmiente que lleva las cosas bastante más allá de dónde ellos nunca hubieran imaginado.

La novela se traga de un tirón, Bilbao aparece por arriba y por abajo y de costado, por el centro, los barrios, los pueblos, calles y autopistas, casas de medio pelo y tugurios, todo lo mejor que una novela de género puede ofrecer, con el aliciente de que quien busque comprender qué pasa en aquel triángulo del norte, donde la muerte planeada ha formado parte del paisaje hasta hace poco, sin que sus vecinos se llevasen las manos a la cabeza, al contrario, con muchos aplausos y homenajes, algo va a pillar. No es que Uribe haga una disección del alma moral del pueblo vasco, ni dé claves sociales o psicológicas, pero algo ayuda a comprender describiendo la geografía donde los hombres se mueven y el trato que se dan entre ellos. Y está muy bien escrita.

En ese aspecto, en el de contar verdades, los vascos van más adelantados que los catalanes: hay unos cuantos que hace tiempo perdieron el miedo y hablan, escriben y filman para entender de que va la cosa. En Cataluña no ha ocurrido nada semejante, quizá porque no ha habido muertos y la enfermedad es menos grave, aunque bastante más extendida.

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