lunes, 16 de abril de 2012

Estambul diversa


              Estambul es una suma de ciudades, con municipalidades separadas, cada ciudad con sus barrios. Podría parecer, si se acepta la propaganda, que el colorido es muestra de riqueza y diversidad, pero observado con cierta atención, el sistema no responde a otra cosa que a la estratificación social. En Eminonu, la zona vieja monumental, y en Beyoglu, la antigua ciudad genovesa de Pera, el turismo ha espabilado a los comerciantes que hablan lenguas y se muestran sonrientes y obsequiosos, pero en la parte alta de Fetih o en Fener, por encima del Cuerno de Oro, las calles se tornan más mugrientas, los olores fuertes asaltan desde el fondo de los negocios, en los mal iluminados cafés se agolpan hombres con rostros arrugados y oscuros y las mujeres van cubiertas y cargadas. El paseo en barco por el Bósforo enseña el otro Estambul, las huellas que dejaron los señores del imperio otomano en forma de mansiones y palacios, caídos durante muchos años y ahora restaurados por los nuevos ricos. Muchos kilómetros -32- del canal que separa o une a Asia con Europa de exhibición de los poderosos.

           Algunas ciudades quedan fijadas en la memoria por el intenso olor que asalta al visitante la primera vez. Cádiz y el comino en el cazón, Valladolid y el refrito de sus bares de tapas, la indescifrable mezcla de Marrakech. También algunos países enteros se fijan en la memoria por sus olores, Rumania, Bulgaria, Costa Rica, casi siempre asociados a la condimentación, pero también a la falta de limpieza. Estambul huele a especias, todo lo impregnan, no sólo la comida, los cuerpos exudan lo que han comido, la ropa, los interiores. Es una sensación extraña la del visitante, mezcla de curiosidad y desazón, de atracción y repulsión. En general, al principio se asocia al exotismo, a lo oriental hasta que alguna comida sienta mal. No sólo son las especias las que se adueñan de la atmósfera, olores acres salen desde los pequeños puestos de venta ambulante de castañas, de los kebabs, de las zanjas abiertas, de las cocinas de los innumerables restaurantes de pescado.

            Otro tanto habría que decir de los colores, de la luz atrapada en el espejo del Bósforo, en las lápidas del cementerio que baja del Café Loti hacia le lengua del Cuerno de Oro, en las tiendas del gran bazar, en los carritos de comida humeante, en el empedrado de las calles tras la lluvia, en los chiringuitos que invitan a comer pescado bajo el puente Gálata que une las dos riveras del Cuerno de Oro.


No hay comentarios: