"Por duro que sea lo que descubras acerca de tu vida o de la vida en general, por mucho que al destapar la caja de Pandora te parezca que la realidad es horrorosa o un espanto, es mejor saber".
Hay un tipo de literatura basura -también cine y fotografía- en torno a lo que se
denominó malditismo que consiste en exaltar el lado más oscuro de la
naturaleza humana. Así, la prostitución tendría un lado romántico asociado al
rito de paso del adolescente convertido en hombre, donde las prostitutas son amables, comprensivas y encantadoras, algo parecido a la labor –desvirgar-
por la que se recuerda a las chachas en las novelas de aprendizaje de los jóvenes
cachorros de la burguesía, o la locura, a la que se atribuye un lado poético, dionisíaco, o, en fin, el asesinato
convertido en una de las bellas artes. Todo ese halo sagrado que envuelve la
miseria, la degradación y la enfermedad ajena está convirtiéndose en humo,
pocos se atreven ya a hacer arte de la cloaca porque puede ocurrir que el
artista salga enfangado, pero en el pasado muchos escritores y críticos
hicieron fortuna con el género.
No he leído Las ocultas, de una barcelonesa que ha escrito bajo el nombre de Marta Elisa de León, no se pueden leer todos los
libros, pero tiene toda la pinta de ser un libro necesario. Por lo que ofrece el periódico la mujer escribe muy bien y lo que cuenta vale un potosí. Narra su
experiencia de 10 años de prostitución y escribe cosas como estas:
“Durante ese tiempo trabajaba cada vez menos y peor, porque ya no podía más. Tenía síntomas raros, médicamente no explicables, porque en las analíticas no veían nada. Cistitis crónica no infecciosa, inflamación en los ovarios, vaginitis inespecífica, vértigos, contracturas aquí y allá sin razón aparente. O sensaciones extrañas, como notar un frío gélido que me envolvía la cintura, el vientre, las lumbares. Y no se aliviaba con nada: ni con baños calientes, ni envolviéndome telas de lana alrededor del cuerpo, ni metiéndome en la cama. Me dolía todo el cuerpo, casi no podía follar, porque cada penetración me dolía como si me golpearan el cuello del útero con una barra de hierro. Sentía que perdía energía, que mi cuerpo era como un vaso rajado desde el que se escapaba el agua. A veces me sentía vieja y agotada, y andaba como zombi. Me medicaba constantemente para los espasmos musculares, las contracturas, las migrañas, las anginas crónicas, los resfriados, los hongos, qué sé yo. Estaba harta de recurrir al Gine-Canestén o a los óvulos de blastoestimulina en el coño para poder trabajar. Ya no sabía cómo era mi cuerpo en estado natural”.
3 comentarios:
Gracias ;-)
Encantado.
Bolches yarboclos
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