martes, 20 de marzo de 2012

Madame Bovary



            En la nueva traducción de la novela de Flaubert la traductora, María Teresa Gallego para Alba, ha optado por titularla “La señora Bovary”. Probablemente desaparecerá la mitad de la magia que el nombre invoca. Algo parecido a lo que le ocurre al viejo lector que va a verla representada en un escenario.

            Verla en la misma habitación toda la función, de apagados tonos azules, a media luz, hablando con su esposo el doctor Charles Bovary o con sus dos amantes, Rodolfo y León, es reducirla a una mujer cualquiera, una mujer sin poder de convocatoria, por la que nunca se habría interesado Gustave Flaubert. Tampoco ayuda mucho este montaje que reduce la novela a poco más de hora y media, con sólo tres personajes sobre la tarima. La obra no tiene tensión, sólo palabras, diálogos, algún monólogo dicho en voz alta delante del resto de los personajes, y una frialdad que no abandona ni siquiera cuando Rodolfo aparece desnudo en la cama de los esposos Bovary para hacer una escena donde no hay ni un gramo de erotismo. Se nos cuenta también la famosa escena del fiacre, cuando Emma se entrega por primera vez a Léon en un carruaje que, con las cortinas bajadas, recorre una y otra vez las calles de Rouen, pero sin que el relato produzca un pellizco en la carne del espectador, no hay manera de que la imaginación se eche a volar. A ello contribuye la directora, Magüi Mira, que no ha conseguido encontrarle el pulso a la función, pero también los actores. Madame Bovary, en la novela, tiene dos papeles, es dos personajes a un tiempo, pero Ana Torrent sólo ofrece uno. Armando del Río, en el papel de Rodolfo, se muestra envarado en exceso y Fernando Ramallo ha mecanizado los gestos del joven tímido. El único que da el tipo es Juan Fernández, en el papel de esposo comprensivo e inocente.

            El programa de mano recoge una frase de Vargas Llosa: “La historia de Emma Bovary es una ciega, tenaz, desesperada rebelión contra la violencia social que sofoca su derecho al placer…”. Eso es lo que no se ve en la función del Teatro Bellas Artes de Madrid.

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