sábado, 3 de marzo de 2012

La piel que habito y Blackthorn



            Una sensación rara la que siento viendo la última película de Almodóvar. Reconozco su estilo, sus obsesiones. Me gusta el decorado tan particular, tan suyo, tan moderno, tan frío, un decorado en el que me resultaría difícil vivir. La historia es emocionalmente enmarañada, como todas las suyas: un médico que ha perdido a su mujer en un accidente, incendiada con el coche, quemada, lo que le lleva a interesarse por la reconstrucción de la piel, a convertirse en cirujano plástico; también ha perdido a su hija, que se ha suicidado, traumatizada tras una violación.

La película cuenta el secuestro por parte del médico del violador y su transformación, tras sucesivos transplantes, en una bella mujer, de la que el médico se enamorará. No desvelo nada, por si alguien que no la haya visto quiere hacerse con el dvd, la película sigue después de eso, la bella y nueva mujer escapando, aunque ahí está lo esencial. Hay más historias cruzadas, la de la cuidadora/madre del médico, la de su hermano; la de la madre y la empleada de la madre del violador transformado que trabajan en una boutique, empleada a la que el secuestrado violador se quería beneficiar antes de ser transformado. La historia acaba por interesar al espectador, a mí, pese a su maraña, pero, acaso por los fríos colores de la casa clínica donde vive y opera el doctor, una fina capa de escarcha se va posando en la pantalla mientras sucede la historia, no es que desee que acabe la peli cuanto antes, pero las imágenes van pasando, mientras busco una mantilla porque me estoy quedando frío.

            Seguramente esta peli de Mateo Gil merecía haber tenido más éxito. Un western de aire clásico, con un Sam Shepard maduro que da el papel de héroe cansado, con panorámicos paisajes del altiplano boliviano, con indios auténticos que defienden sus intereses frente al invasor, con momentos de paz y de acción, en los que el hombre se encuentra a gusto con una naturaleza bella pero escasa en beneficios, donde querría vivir aunque no para siempre, porque es duro someterse a sus leyes y porque la poesía produce satisfacciones pero durante momentos muy breves.

            ¿Por qué Blackthorn no ha tenido el éxito que se podía esperar con ese aire de gran producción que tiene? Quizá no todos los actores responden -lo siento por Noriega-, la historia no tiene la intensidad que se espera de una peli del oeste, esa precisa combinatoria entre el lento fluir de la vida en un espacio natural y el brusco cambio que el choque entre los hombres introduce. Mateo Gil ha cogido el envoltorio, la atmósfera del género, pero le falta lo que hace que cualquier producto triunfe, la singularidad, una historia que prenda y un tema que concentre la atención. Todo eso, cuando aparece, lo hace de forma vaga, superficial. Mateo Gil sabe qué quiere hacer, cómo lo tiene que hacer, qué medios ha de emplear pero le falta lo esencial. Es joven, está en camino de aprender.

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