Se podría
decir de esta novela recién publicada, de Ricardo Menéndez Salmón, que está
escrita con bárbara concisión. Es una novela breve de apenas 103 páginas, con
muchos capítulos titulados y con páginas en blanco entre ellos. Como primerizo
lector de Salmón, he de decir que tan grande fue para mí su descubrimiento con La
luz es más antigua que el amor, como ahora, con La noche feroz, la
decepción. No voy a perder, por ello, la estima hacia este autor, su caída no
es tal, sino una mala elección editorial. Los escritores mejoran con el tiempo,
con la experiencia que les da la vida, la mayoría pasan por años malos cuyas
producciones guardan normalmente en un cajón o destruyen. El éxito que ha
catapultado a Salmón es La luz es más antigua que el amor. Hasta llegar
a ella ha escrito otras cosas muchos menos interesantes, a algunas las he
echado un ojo y claro ya se veía que no tenían la madurez que el autor ha
alcanzado a día de hoy. De ahí la decepción de La noche feroz, que está
escrita bastante antes que la novela que le ha dado éxito, de lo que sólo me
enterado al llegar al final de la lectura. Quizá la editorial le ha exigido
publicar lo que guardaba en el cajón.
¿Por qué me
parece decepcionante? Está bien escrita, se nota la voluntad de precisión, la
contundencia expresiva, la selección del léxico, la definición de los
personajes, de fijar sus caracteres, de hacer que cada escena sea
significativa, hasta el punto de que cada una de ellas sea una pieza necesaria
en la arquitectura alegórica. Pero se le nota demasiado, es decir, el autor se
encorseta tanto que la novela se convierte en cliché. Es una alegoría maniquea,
aunque él no lo pretenda, a pesar de la resolución, de la sorpresa final de la
historia.
¿De qué es
alegoría? La acción sucede en algún pueblo encajado en las montañas del norte
de España, en 1936. Sucede un hecho violento, la violación de una niña. Una
partida, pintada con los trazos de la
España más negra, dirigida por un cura montaraz, y a quien
acompañan sus perros y la propia Muerte, un hombre a lo Gutiérrez Solana, a
quien apodan así, se pone en marcha para cazar al culpable. Susto y muerte. En
el otro lado, el maestro del pueblo, Homero, y un prestamista, Irizábal, tan
rico y aislado como envidiado en el pueblo. El único personaje desdibujado, que
no acaba de encajar. También hay una familia de brutos, sucios y amorales, con
quien Homero cena y conversa, y que le sirve al autor para enlazar con
Valle-Inclán. Hay más referencias literarias, se nota la voluntad del escritor
por delimitar su estilo. Después aparecen un par de hombres con un hatillo y
mucha hambre, que acaban de traspasar La Raya en busca de trabajo. Y ya tenemos la
historia al completo, su simplicidad formal, hasta el punto de que está
fabricada como si fuese a ser representada en un teatro, los caracteres tan
concisos como para encajar en la trasposición alegórica de la España negra y dual.
No es que
el autor utilice muchos adjetivos pero la sensación del lector es que la
lectura avanza al ritmo de la adjetivación, mostrando los objetos, los
personajes, señalándolos, fijándolos, el decorado en las escenas, como
elementos fatales que se encaminan de forma inexorable al estallido de lo que
ha de suceder. Como en toda alegoría el significado está marcado con hierro al
rojo vivo, no caben medias tintas, ni matices, el ritmo martillea, la escritura
se aprieta como en un soneto, cada palabra encaja como un sillar en el muro de
una catedral.
¿Cuál es el
problema? Que el autor cierra todos los caminos al lector, no le permite
intervenir, fantasear, interpretar, hacerse un mapa del lugar -España-, escoger
los personajes simpáticos y los odiosos, rellenar huecos, reconstruir, porque
todo se le da hecho, la explicación es cerrada. Si Salmón opta por una
escritura concisa, desadjetivada,
moderna, también debe optar por contar con el lector. Eso lo hace mucho
mejor en el libro con el que conocí y me deslumbró: La luz es más antigua
que el amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario