La muestra
de Duchamp que estos días se exhibe en la Casa del Cordón de Burgos no se puede considerar
estrictamente como una exposición de sus obras, sino más bien un ensayo de
interpretación, con el riesgo que conlleva interpretar a este artista. Podría
considerarse pues una documenta más que exposición al uso.
El arte a
veces ha tenido que ser brutal para despojar del paisaje las adherencias
acumuladas por su proximidad al mercado, cuando las clases dominantes, bien
pronto, lo tomaron como el modo más elegante, a veces sutil, y tramposo, de
manifestar su superioridad, ya alcanzada la preeminencia social por la fuerza o por el
control de la propiedad. El dadaísmo fue uno de esos estallidos artísticos que, como han sido las revoluciones políticas, limpió durante un tiempo la nube simbólica, y tóxica, que procura al hombre sombra espiritual, momentos de destrucción.
El urinario
de R. Mutt (1917), seudónimo para la ocasión, convertido en pieza de museo, fue
un instante de desmaterialización del arte, un intento de arrebatarlo al
mercado y a la significación burguesa; mostrarlo ahora en una exposición o en
un museo, erguido como Icono, es invertir la acción de Duchamp, devolverlo a la
trama de significados convencionales del arte.
Por eso es
difícil de comprender que en estos ensayos documentados de la obra de Duchamp,
que de tanto en tanto se realizan, se intente interpretarlo. Un ejemplo:
Duchamp presentó uno de sus ready-mades con el título “Artículo de viaje
plegable” (Pliant… de voyage). Se trataba de la caperuza de una máquina
de escribir Underwood. "La primera escultura blanda de la historia", asegura la
cartela junto a la obra, "sin ninguna función concreta". Y a continuación: “se ha
relacionado comúnmente con la falda de una mujer y en relación con la novia del
Gran Vidrio". Si en otro lugar se afirma que lo que el artista pretende es la
negación del carácter objetual del arte, su sustitución por la idea, a qué
viene tal concisa significación. Algo parecido cabe decir de una obra titulada
“Prière de toucher”, es decir, “Se ruega tocar”. Un libro, en cuya portada
aparece una forma semejante a un pecho femenino, con pezón violáceo incluido
(fieltro, cartón), que ahora se muestra encerrado en una urna de cristal, con
imposibilidad de tocarlo.
El propio Duchamp, acaso involuntariamente,
propició la interpretación, cuando en los últimos años decidió resguardarse del
objeto artístico mercadeable y concentrarse en el ajedrez y relacionar esa actitud con el arte como idea. Ese gesto es
interpretado sin cesar. Sin embargo, quien tiene la última palabra es el propio
Duchamp:
“He tenido una suerte, una suerte estupenda. Nunca he pasado un día sin comer y tampoco he sido rico. Así que todo ha salido bien”.A qué más podría aspirar un hombre cualquiera.
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