domingo, 4 de marzo de 2012

Historias de escritores


"Creía que el deber de todo escritor es escuchar historias...", piensa como para justificarse, el periodista y novelista Nanso Kurayama, que no en balde había acudido hasta el barrio tokiota de Shinbasi, poblado de casas de geishas, sólo para echar la tarde en conversación con un viejo narrador, de origen aristocrático, pero que, a contracorriente, había decidido casarse con una geisha y regentar una mansión de placer. Así, sin más, de una forma solapadamente autobiográfica, el escritor japonés Nagai Kafu (1879-1959) nos introduce en la trama de la novela titilada Geishas rivales (Alba). (F. Calvo Serraller, Vulnerable, El País 03.03.12).

Erri de Luca, antiguo albañil reconvertido en escritor tardíamente, cuenta esta historia
“Yo no tengo capacidad de perdón: no sé perdonar, ni siquiera hacerme perdonar. Le contaré una historia yídish. Un viejo sabio es invitado a Varsovia. Aunque es famoso nadie lo conoce físicamente. Después de caminar horas y horas se sube a un tren. Va desaliñado y la gente lo trata mal. Cuando lo reconocen en la sinagoga, aquellos que lo insultaron le piden perdón. Él responde que los perdonaría gustosamente, pero que no puede hacer nada porque al que deberían pedirle excusas es al del tren. La injusticia que cometes no se puede reparar, pero cada vez que no vuelves a cometerla has pedido excusas al del tren. Esto lo pienso ahora, de niño no lo entendía”. 

Gonzalo Torrente Malvido era hijo del famoso escritor Gonzalo Torrente Ballester. Il hijo Gonzalo pasó por la cárcel por ladrón, estafador de bancos y timador. Molina Foix cuenta esta anécdota
“La mejor peripecia de Torrente Malvido está asociada a su padre, y era uno de los relatos preferidos de ese incomparable narrador oral que fue Rafael Azcona, a quien se lo oí en Almería pocos meses antes de su muerte. Como en la saga clásica, los detalles de la gesta, difundida por otros relatores cambia en algún color, en alguna incidencia o personaje secundario, pero la base es la misma, y se remonta a los primeros años 1960, cuando una urgente llamada telefónica interrumpió la velada en la que un grupo de escritores desengañados del Movimiento (Rosales, Vivancos, Laín Entralgo, Tovar, quizá Ridruejo) tomaban copas en casa de Torrente Ballester, que también invitaba alguna tarde, siendo comunista y más joven que ellos, a Juan García Hortelano. Torrente Ballester volvió pálido tras responder al teléfono. El director general de Seguridad le había llamado personalmente por el robo de un valioso cáliz en una iglesia de la capital, del que era sospechoso Gonzalito; el padre, después de colgar, había ido al dormitorio que su hijo ocupaba a veces en la casa familiar, y allí, bajo, la cama, encontró en efecto el cáliz de oro y pedrería, y lo que era peor, su contenido, una considerable porción de hostias. Al haber por medio no sólo un delito sino un posible sacrilegio, los allí presentes convinieron en que había que pedir consejo al intelectual afín que más podría saber de estos pormenores, Jesús Aguirre, a la sazón sacerdote apenas ejerciente y no vinculado todavía a la Casa de Alba. El cura Aguirre se presentó en taxi poco después, y, ante la duda de que aquellas hostias estuviesen consagradas, les dio la comunión in situ a los poetas y novelistas y antiguos jerifaltes del régimen, los cuales fueron tragando las benditas formas una tras otra, con la excepción de García Hortelano, que, al contrario que los demás, no se arrodilló y no dejó su gin tonic mientras se hacía el reparto eucarístico. El copón fue devuelto vacío e intacto, y por ese robo no hubo condena”.

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