miércoles, 28 de marzo de 2012

Chagall




            Largas colas, a las que se da paso poco a poco, en la entrada a la exposición. Dentro, mucho colorido, oscuro a veces, otras luminoso. La gente mira con atención, se detiene, hace comentarios. Se ve de inmediato que Chagall es un pintor popular.

            ¿Qué vemos? En la época de la que se ocupa la exposición de la Fundación Caja Madrid, entre los años 1948 y 1985, vemos la pareja de amantes que se repite en casi todos los cuadros, a veces con una oscura mancha sobre el sexo de la mujer, vemos animales, vemos ramos de flores, vemos colores intensos, aplicados por zonas, grandes manchas que definen espacios o personajes o ambientes que parecen más mentales que reales.

            Lo que salta a la vista enseguida es el dualismo. Dos mundos en cada pintura de Marc Chagall, uno pegado al suelo y, el otro, símbolos en el aire, figuras despegadas, como en el Greco. Dualismo compositivo, en el que aparecen colores enfrentados. El blanco frente al negro, el malva frente al verde, el rojo frente al azul, y alrededor de los colores dominantes los demás, en forma de manchas, como en el fauvismo, o de franjas, como en las vidrieras medievales. Estamos en la era del color, cuando el color ya ha ganado la partida a los grandes asuntos, al problema de la composición o del realismo, cuando el color señorea la pintura, a solas en el lienzo.


            No es que no haya otras cosas además de color. Los cuadros están llenos de iconos, apenas hay espacio libre, horror al vacío, pero todo está al servicio del efecto que la armonía de colores produce, como en el fauvismo, pero sin preocupaciones técnicas o vanguardistas. ¿Qué añade Chagall? Un galimatías de símbolos, la mayoría religiosos, fáciles de descifrar: animales que se repiten una y otra vez: el gallo, la cabra, el ave de pico, peces; el violín; la pareja de amantes fundidos; el ramo de flores. Elementos que le hace conectar por el gusto popular. Y todo ello expuesto sin preocupación por la profundidad, desdeñándola, alejándose de la metafísica de la pintura, huyendo del significado, del gran debate, del pintor filósofo. No acabo de ver todas esas referencias que se dice a la tradición rusa y judía, el pasado garante de su identidad, los ritos y las costumbres, el alma del pueblo ruso. Veo imágenes que se refieren a todo eso pero no una función trascendente en los cuadros.


            Nunca da la impresión que Chagall sea un pintor original, detrás de una composición, de la distribución del color, de la manera de presentar un paisaje siempre se ve la huella de un pintor contemporáneo o el eco de algún momento de la historia del arte. Esos colores los hemos visto en las danzas de Matisse, vemos las referencias góticas: gárgolas, vidrieras, nos suena la geometría de Los tejados Rojos a Cezanne, vemos las manchas de Gauguin, los colores lisos de Matisse en La danza, a Van Gogh en El Monstruo de Notre Dame.

            La obra de Chagall aparece como una descuidada, un tanto anárquica, suma de estilos da la vanguardia que vivió en su juventud al llegar a Paris, de los descabalados tics de los grandes maestros, sin otra aparente función que la meramente decorativa. Chagall es un decorador, por eso es popular, por eso gusta, más fino, con mejor oído que el pintor dominguero para hacer sus collages.


            Chagall se comporta como un gran aspirador de imágenes, de iconos que otros han creado, que ya estaban en la enciclopedia del arte. Por ejemplo los iconos que aparecen en La Guerra se parecen demasiado a los de Picasso, pero no parece que tengan un significado tan preciso como en el pintor malagueño: la llama, la mujer con niño, los brazos levantados, las figuras tendidas, los animales totémicos: la cabra blanca en cuyo lomo cabalgan los inocentes en ningún momento provocan la dramática emoción del Guernica. La influencia de Picasso en la última etapa es muy grande, en El desnudo malva, por ejemplo o en El circo, ese macho cabrío sobre un payaso.


            El problema de Chagall es la redundancia, se repite una vez y otra hasta hacerse pesado como la visita de una tía en las tardes de domingo.

No me importa lo que digan los críticos, su interpretación, he ido relativamente desarmado a la exposición. Esto es lo que he visto.

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