Las almas
nobles creerán que el nacionalismo sólo se aposenta en lugares como Girona o Durango,
allí donde hablan del actual estado de putrefacción de España, pero no tienen
más que realizar un trámite en cualquier oficina autonómica para ver cómo
arraigan por igual las malas hierbas.
El
prototipo de nacionalista es ese funcionario de oficina al que la grisura
consuetudinaria se le aposenta en las sienes, las mejillas y el bozo. Detrás de
una mesa te recibe con la tristeza propia de los viejos edificios en los que el
musgo, el óxido y el orín son los baluartes de la nación. A tu instancia
siempre responde con un no, cuyas razones están en las reglas de los papeles
que enarbola ante tu nariz, reglas establecidas por leyes o reglamentos que
sólo él conoce y que interpreta una comisión que no hay manera de saber quién
compone, cuándo se reúne y cuáles son los motivos de su contradicción.
Mi caso no
tiene nada de particular. Unos cursos realizados en Barcelona, cuyo certificado
presento en octubre para mejorar una insignificancia mis condiciones
salariales. Hasta día de hoy no me han comunicado resolución alguna, así que
acudo a las bravas al negociado del mentado funcionario de la planta segunda.
Compruebo que hay un montón de despachos, con tres o cuatro funcionarios en
cada uno, con atuendos y actitudes que en nada desmerecen las antiguas
descripciones que hizo Larra o los ilustrados y arbitristas del XVIII y del XIX.
Pregunto por mi caso, teclea en el ordenador, nada, revuelve entre carpetas
guardadas en otra sala, encuentra y me enseña mi solicitud con los documentos
presentados. En rojo, en el primero, un “otra comunidad”, tachado con un rayote
inseguro; en el encabezamiento, con boli negro, un “nada” tachado también y al
lado otro “nada” sin tachar. Pregunto; “No está escrito en español”, me dice; “vale”,
contesto, “pediré que me lo traduzcan en Barcelona, aunque me temo que no van a
querer, ¿qué hago?”. “Bueno, ese no sería un problema, al final”, responde. “¿Entonces?”
“Los documentos no se ajustan a la normativa de esta comunidad”. Hojeo los
certificados de cada uno de los cursos, en cada uno de ellos, también a boli,
han escrito simplemente “no”, nada más, sin exposición de motivos, sin
resolución.
- ¿Qué ha de hacer constar?
- Tiene que aparecer la referencia al convenio entre los
organizadores de los cursos y la consejería de educación.
- Aquí pone “Certifico que…”
- Es el Colegio de doctores y licenciados, ¿no?
- Sí
- No vale, tiene que ajustarse a lo que aquí se pide.
- Qué hago, -pregunto-. Qué tiene que cambiar. Presénteme un
documento para adaptarlo a la normativa de aquí.
El
funcionario de oficina sale de la sala, para hacer una fotocopia. Aprovecho
para mirar en detalle los certificados. Consta con claridad que el Colegio que
organiza los cursos certifica que se hacen de acuerdo con un convenio con la Generalitat. Es
más, uno de ellos está directamente certificado por el director general de formación
permanente. Es decir, no se lo ha leído. Simplemente lo ha visto escrito en
catalán y no se lo ha leído.
Cuando el
funcionario vuelve le hago ver que se certifica de acuerdo con el convenio, que
hay un código que relaciona el curso con el convenio, que uno de los
documentaos tal y tal. El rostro del burócrata de oficina muda sensiblemente,
se retrae en su butaca, habla de la comisión, de volverlo a mirar, aunque no me
asegura nada.
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