martes, 27 de marzo de 2012

Nacionalismo en las provincias




           
             Las almas nobles creerán que el nacionalismo sólo se aposenta en lugares como Girona o Durango, allí donde hablan del actual estado de putrefacción de España, pero no tienen más que realizar un trámite en cualquier oficina autonómica para ver cómo arraigan por igual las malas hierbas.

            El prototipo de nacionalista es ese funcionario de oficina al que la grisura consuetudinaria se le aposenta en las sienes, las mejillas y el bozo. Detrás de una mesa te recibe con la tristeza propia de los viejos edificios en los que el musgo, el óxido y el orín son los baluartes de la nación. A tu instancia siempre responde con un no, cuyas razones están en las reglas de los papeles que enarbola ante tu nariz, reglas establecidas por leyes o reglamentos que sólo él conoce y que interpreta una comisión que no hay manera de saber quién compone, cuándo se reúne y cuáles son los motivos de su contradicción.

            Mi caso no tiene nada de particular. Unos cursos realizados en Barcelona, cuyo certificado presento en octubre para mejorar una insignificancia mis condiciones salariales. Hasta día de hoy no me han comunicado resolución alguna, así que acudo a las bravas al negociado del mentado funcionario de la planta segunda. Compruebo que hay un montón de despachos, con tres o cuatro funcionarios en cada uno, con atuendos y actitudes que en nada desmerecen las antiguas descripciones que hizo Larra o los ilustrados y arbitristas del XVIII y del XIX. Pregunto por mi caso, teclea en el ordenador, nada, revuelve entre carpetas guardadas en otra sala, encuentra y me enseña mi solicitud con los documentos presentados. En rojo, en el primero, un “otra comunidad”, tachado con un rayote inseguro; en el encabezamiento, con boli negro, un “nada” tachado también y al lado otro “nada” sin tachar. Pregunto; “No está escrito en español”, me dice; “vale”, contesto, “pediré que me lo traduzcan en Barcelona, aunque me temo que no van a querer, ¿qué hago?”. “Bueno, ese no sería un problema, al final”, responde. “¿Entonces?” “Los documentos no se ajustan a la normativa de esta comunidad”. Hojeo los certificados de cada uno de los cursos, en cada uno de ellos, también a boli, han escrito simplemente “no”, nada más, sin exposición de motivos, sin resolución.
- ¿Qué ha de hacer constar?
- Tiene que aparecer la referencia al convenio entre los organizadores de los cursos y la consejería de educación.
- Aquí pone “Certifico que…”
- Es el Colegio de doctores y licenciados, ¿no?
- Sí
- No vale, tiene que ajustarse a lo que aquí se pide.
- Qué hago, -pregunto-. Qué tiene que cambiar. Presénteme un documento para adaptarlo a la normativa de aquí.

            El funcionario de oficina sale de la sala, para hacer una fotocopia. Aprovecho para mirar en detalle los certificados. Consta con claridad que el Colegio que organiza los cursos certifica que se hacen de acuerdo con un convenio con la Generalitat. Es más, uno de ellos está directamente certificado por el director general de formación permanente. Es decir, no se lo ha leído. Simplemente lo ha visto escrito en catalán y no se lo ha leído.
            Cuando el funcionario vuelve le hago ver que se certifica de acuerdo con el convenio, que hay un código que relaciona el curso con el convenio, que uno de los documentaos tal y tal. El rostro del burócrata de oficina muda sensiblemente, se retrae en su butaca, habla de la comisión, de volverlo a mirar, aunque no me asegura nada.

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