Leyendo El ruido de las cosas al caer, de tan lenta lectura, que se me hace tan cuesta arriba, que tanto tarda en entrar en materia, si es que alguna vez acaba de entrar, se me ocurren algunas cuestiones:
- El peso de los premios, la promoción de las editoriales, las debilidades de los críticos, la tramposa confección de las listas de los mejores libros del año. Cómo no dejarte influir por tu poderoso diario de cabecera y su grupo editorial, por los premios con ringorrango, por los periodistas en los que vienes confiando.
- El peso del ambiente literario, en este caso de Colombia -¿Existe una escuela literaria colombiana?- su tradición, sus pesos pesados, a los que hay que referirse y citarlos. ¿No son las escuelas literarias el lugar donde la literatura desaparece para convertirse en cliché, en repetición, en vulgaridad? ¿Los escritores grandes no son aquellos que prescinden del aparato y de la doctrina, de las deudas de cualquier tipo y escriben sin más, sin miedo a ser arrojados al estercolero, a no ser valorados en el presente, a ser ninguneados?
- Lo difícil que es hacerse con una voz propia. En estos días, se habla mucho en la prensa de Tapies, todos artículos laudatorios tras su muerte. Tapies, dicen, luchó por tener una voz propia, mejor sería decir un pincel o unos pobres materiales propios, lo consiguió y hasta se vanaglorió de ello, declarando, por ejemplo, que no reconocía a ningún discípulo. Le dieron un casón junto al Paseo de Gracia de Barcelona, en justo reconocimiento a su insularidad. Otra cosa, será, cuando pase la marea, ver en qué se convierten todos esos pobres materiales arrancados a la tierra y pegados a la tela.
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