Tomando como excusa una de los posibles aniversarios de
Dawin, el Museo de la
Evolución Humana, en Burgos, celebrara unas sesiones
didácticas sobre la historia de la evolución. Son sesiones en que se invita al
público a acudir al museo con afán de aprender y confrontar ideas y teorías. El
museo organiza pequeñas exposiciones, cursos, talleres, conferencias –ahora mismo
se pueden ver ésta dedicada a Darwin y otra sobre los neandertales- que
requieren esfuerzo y concentración, porque no se trata de deambular por el
grandes espacios del museo, sino de leer mucho y mirar con atención: carteles,
textos, citas, vídeos, imágenes, mapas, alguna reproducción, de modo que o se
pasa de largo sin ningún provecho o se detiene uno en la información en que se exponen
opiniones diversas y hasta contradictorias.
Esta exposición
de Darwin comienza con una explicación de una monitora sobre la historia de la
evolución y sigue con una serie de videos y textos presentados en el interior y
en el exterior de una reproducción del casco del Beagle a tamaño real, por
donde el invitado deambula como si leyese un ensayo ilustrado, con varios
monitores a mano por si quiere que le añadan información o le expliquen algún
concepto.
El
visitante se va enterando de cómo ya los clásicos hablaban del ludus naturae,
para referirse a los fósiles y los escolásticos de la scala naturae, para
indicar que los seres vivos estaban distribuidos en la tierra como una escala con
sucesivos peldaños, desde el gusano hasta el hombre, los ángeles y Dios, del
salto que en el siglo XIX se produjo desde el fijismo y la paleontología
comparada de Linneo y Cuvier al transformismo de Lamarck, y de este, gracias al
viaje de Darwin en el Beagle, en 1831, y a sus descubrimientos en las islas
Galápagos, gracias a la observación de las diferencias en las tortugas y los
pinzones en las diferentes islas, a la proposición, junto a Wallace, en 1858, de
que las especies no son inmutables, y, al año siguiente, a publicar El
origen de las especies. A partir de entonces la ciencia de la vida no
volvería a ser la misma, arreciaron las polémicas, como la de Huxley, que
aunque defensor de la evolución no aceptaba la selección natural, con el obispo
Wilberfoce, en Oxford, y la teoría de la evolución fue ensanchándose y
afirmándose con la introducción de la genética, ya en el siglo XX, en el
llamado neodarwinismo, y con la inclusión de la mutación en lugar del azar, para explicar los cambios, y el
actual debate entre neodarwinistas, que defienden un cambio constante y una
evolución predominantemente lineal, y los defensores de la llamada teoría del
equilibrio puntuado -Eldridge, Gould- para quienes las especies aparecen
rápidamente por ramificación y luego cambian poco, de modo que la especie madre
puede convivir con la hija. De la exposición se deduce que la evolución no está
programada ni es lineal, que no obedece a un diseño ingenieril, sino que más
bien es el resultado de una suerte de bricolaje donde se han ido utilizando los
materiales que estaban a mano.
La gran
aportación de Darwin, visto con perspectiva filosófica, es que ante las tres
grandes preguntas que el hombre se ha planteado, ¿Quiénes somos?, ¿De dónde
venimos?, ¿Adónde vamos?, las dos primeras quedan reducidas a una, los hombres
somos el producto de la historia, el resultado de la evolución.
El propio Museo
de la Evolución Humana
está concebido con el mismo espíritu científico. El visitante va a informarse y
a participar en el debate que sobre fósiles y teorías sobre ellos se le
ofrecen. Es aconsejable, por tanto, acudir bien despierto y con muchas horas
disponibles, de otro modo no sacará ningún provecho y la visita le resultará un
peñazo.
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