Como un auto de fe con libros heréticos en la hoguera o con castigados obligados a recorrer la ciudad enfundados en sambenitos, o como un sortilegio y la papeleta como dosis de trementina, o como un gran aquelarre arracimados junto al fuego, de espaldas a las sombras, o quizá como un fuego de verano en un campamento juvenil desbaratando el miedo en chistes verdes y risa floja. El país entero parece entregado a una ceremonia y a un ritual a celebrar en día y hora precisos que nos librará de todo mal. Y no parece que sea la primera vez. Desde la muerte del Gran Difunto parece que no sepamos hacerlo de otra forma, no somos capaces de realizar el acto como lo que es, la renovación mercantil cuatrienal de un contrato, el que nos une a nuestros paisanos, el que permite que mantengamos o cambiemos algunas de las reglas de convivencia. Suárez nos llamó a un nuevo comienzo, al menos un par de veces; Felipe arrolló con el cambio tras el 23-F; Aznar nos imantó con la promesa de decencia y gestión tras los GAL y la corrupción; ZP –esa marca, ¡ocho años gobernados por una marca! ¡LOGSE, ZP, TELECINCO: he ahí los tres logos de nuestro actual abatimiento!- nos arrebató tras el bombazo del 11-M; y ahora Rajoy llega con el bálsamo de fierabrás o con el ungüento de momia, esa carne humana molida, extraída, en teoría, directamente de tumbas egipcias saqueadas, la panacea del XV que lo curaba todo desde la jaqueca hasta la peste bubónica, que ahora va a deshacer por encanto la guerra económica ¡con víctimas, pero sin agresores! que estamos viviendo.
¿Qué hemos hecho mal como país?, ¿por qué no vivimos con más
sosiego?, ¿por qué no tenemos la suerte de vivir una vida sin sobresaltos,
entregados al leve discurrir, a gozar del don de la vida, sin más? Es evidente,
que muchos han luchado porque España se integrase en Europa, por que nos
olvidásemos del pasado fraticida, porque tuviésemos una vida común. Quizá aún
estemos contaminados por el pasado, por pasadas glorias, un supuesto esplendor
que no nos pertenece, también hay quien piensa que este país no tiene arreglo,
oscurantista y cerril. Quizá lo que nos falta es humildad: geográfica,
demográfica, económica, cultural; pienso en Finlandia, Holanda, Canadá,
Australia, Noruega. Por qué no pensar en lo más banal: exigir de nuestros prohombres una buena escuela, un
Estado benefactor acorde a nuestras posibilidades, un buen cuerpo de
inspectores anticorrupción -¿cómo es posible que tantos corruptos y malos gestores se vayan a
casa sin pagar por ello?- y unos cuantos soplagaitas que desinflen los humos
inútiles de gran país.
Para empezar, tras el 20-N, lo que no perdonaré a Rajoy es que elimine una de las pocas
leyes justas, necesarias y limpias de la era de la marza Zp, la ley anti-tabaco. Lo que no me gusta de la socialdemocracia lo sé, por eso no quiero nada de ellos hasta que no cambien y vuelvan a la realidad, lo que no me gusta de los peperos también lo sé, aunque todo el país espera que se pongan y nos pongan el mono de trabajo. Hay otras opciones nuevas, de momento no contaminadas, en las que se puede confiar, que espero que crezcan, como UPyD. Pues eso, primero al colegio y a continuación, sin demora, a recuperar la escuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario