Frases gratuitas que se lanzan al aire sin coste. Forman
parte del ruido ambiente, como el cric, crac, croc antiguo de las emisoras de
radio. Es decir, basura contaminante. Por ejemplo: “Leer es un placer más grande que el placer de comer”. Pura tontería. Sólo alguien ahíto o tomado
por la religión de la lectura la puede formular. Hay un montón de libros
desaconsejables, millones de personas más o menos felices que en su vida han
leído un libro y otro montón de placeres superiores a la lectura.
A fuerza de hacer frases con eco inmediato en los titulares,
el que las emite acaba por creer que son más fieles a la realidad que la
realidad misma. Es lo que les sucede a estos articulistas:
Uno que confunde las series de televisión con la vida misma.
En este largo artículo, La vida en serie, el autor realiza unas cuantas
afirmaciones peregrinas, sin el menor pudor estadístico. Es una desgracia que
en España se otorgue a la ocurrencia, en las llamadas ciencias humanísticas,
mayor valor probatorio que al arduo trabajo con largas series de datos
–millones de datos, imposibles de analizar por una persona sola y que hay que entregar a la máquina-, a lo
cualitativo más valor que a lo cuantitativo. Sus análisis son mera astrología,
parecen verosímiles pero están a cien kilómetros de la verdad. Del triunfo de
las series americanas: Mad Men, The wire, los Soprano, deduce el autor,
Enrique Lynch, la soledad del hombre contemporáneo y una nueva intimidad basada
en su potencial mimético, una suerte de reeducación universal que nos estaría
volviendo tontos, tristes y gilipollas, que nos sacaría del mundo real para
vivir a second life, dice, una vida de ficción. Habría que preguntarle a
este buen hombre que asegura que no hay vida verdadera en el hombre actual, en
qué consistiría tal vida verdadera.
Algo parecido hace este otro sociólogo, interpretando
–elaborando hipótesis en el aire- a los llamados “indignados”, quienes, según
él, recorrerían el camino inverso que proponía el anterior autor: de la vida de
ficción de las redes sociales a la calle, para convertir en acontecimiento su
malestar. Y más que eso, mezclando sucesos tan disímiles de este verano, como los
asaltos de los jóvenes británicos, la beatífica reacción de los japoneses ante
Fukushima, las velas encendidas frente a la locura homicida del noruego o los sucesos
post Katrina en Nueva Orleans, unos veranos atrás, deduce la maldad intrínseca del
modelo neoliberal, tan poco igualitario, frente al modélico igualitarismo de la
sociedad japonesa o europea. La magnitud de las protestas de los “indignados”, su
enrabietada violencia, estaría en relación con la desigualdad social. En fin,
solo habría que mentarle al autor, Grecia y sus jóvenes, o bien, decirle que espere unos
meses para que vea qué es lo que va a suceder en España.
Aunque, lo más probable, es que todo se reduzca a hacer
pasar por frío análisis el rancio olor a sobaco del prejuicio ideológico, que
queda a las claras cuando el autor se deja de florituras y afirma contundente
algo así como que los de izquierdas nos negamos a quedar atrapados en el economicismo
de la derecha que quiere volver a legitimar el franquismo, que la crisis es un
invento neoliberal y la ruina una ilusión, que España entera era feminicida y
machista antes de ZP, que los jueces son anticatalanes y que ETA está por la
labor. Todo en uno, aquí.
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