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Si no he
dejado la lectura, en una u otra sentada, ha sido por esas ideas, buenas
descripciones de personajes, saltos en la acción, situaciones insólitas o
inesperadas. Ha sido una lectura tensionada entre el aburrimiento de los
lugares comunes –toda novela de género, como cualquier discusión de bar, está
llena de insufribles repeticiones, de cosas oídas o leídas mil veces- y la
novedad del ingenio. Por tanto no hay que alabar a Fred Vargas, sino
denigrarla, por derrochar su valía, en esta cosa –me tengo que levantar del
teclado para ver cómo se titula-, El hombre del revés. Parece que la
novela se inscribe en una serie dedicada a un comisario Adamsberg, cuyo
atractivo como detective no me ha alcanzado, y que la preocupación mayor de la
autora es escribir escenas y personajes pintureros que den bien en una peli o
en una serie de televisión. La cosa va de ovejas degolladas, de homicidios de
algunos hombres y de un hombre lobo que se ha puesto a actuar en el macizo del
Mercantour. Si no fuera por algún rasgo de ingenio, las grandes tiradas
dialogadas que encarrilan la lectura y algo de suspense, la lectura sería
aburrida, muy aburrida, ni siquiera el final sorpresivo, pero menos, propio del
género, la salva. En fin, tiempo perdido.
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