La primera mirada del día rebota sobre la cubeta volcánica, ora cubierta ora despejada, que tengo delante. El problema de alojarse aquí es que hay que descender o ascender hasta Funchal que es de donde parten todas las rutas, media hora en cada ocasión, sobre una carretera revirada y a ratos estrecha. Una vez abajo los viajes son algo más fáciles si se toman las vías expres que discurren por túneles de construcción reciente, que le deben haber costado una pasta a la Unión europea. Madeira esta horadada por un sinfín de túneles que comunican Funchal con cualquier parte, pero si se quiere disfrutar del paisaje hay que tomar las viejas carreteras, un tobogán de sobresaltos, por sus curvas, sus pendientes y sus túneles que chorrean agua.
Câmara de Lobos es un pueblo de pescadores que conserva una cala recoleta y el viejo trazado de pueblo pesquero. Junto al puerto, barcas y muchos jóvenes, mano sobre mano, jugando al dominó, pintando cubiertas o discutiendo en las barras de los bares, a la espera del pez espada, pesca propia del lugar. Muchas referencias a un Churchill que desde un altillo intentaba, en los años 50, fijar este lugar con sus acuarelas.
El Cabo Girâo es un acantilado de 580 metros que cae a pico sobre el mar. Se ve desde la costa o desde un mirador al que se accede por una carretera vertiginosa. Algunos coches quedan a mitad de cuesta con falta de potencia. El miradouro se asoma al precipicio, en esta ocasión, hasta una carabela que se acerca a la base, llena de turistas o hacia pequeñas terrazas excavadas en la roca, de donde sale el fruto para el rico Madeira.
En esta parte de la isla, sur suroeste, se suceden pueblos de veraneo con pequeñas playas de arena gris o negra, Ribeira Brava, Ponta do Sol, Calheta.
Para llegar a Porto Moniz en la punta noroccidental hay que pasar al otro lado de la isla. Primero se asciende a una planicie, Paúl da Serra, una meseta a 1500 metros de altura. El viento sopla con ganas, a medida que nos adentramos en el lado norte de la isla, el cielo se cubre de nubes pegadas al suelo –nieblas de condensación; el viento sopla fuerte golpeando con una fina lluvia.
Después se cae sobre Porto Moniz por otra regirada carretera. Otro miradouro, libre ya del viento racheado y húmedo, nos ofrece una vista hermosísima, sobre le pueblo, sus piscinas naturales y el océano espumeante. Las piscinas son inundadas por el continuo oleaje del mar, en medio de negras rocas volcánicas. A nivel de mar el cielo está despejado, aunque el ambiente es húmedo. Siguiendo la carretera de la costa en dirección a Sao Vicente todo vuelve a cubrirse.
Madeira está partida por la mitad. El norte es ventoso y muy húmedo, las nubes regaliman. En este lado se mantiene el bosque de laurisilva, la vegetación es densa y variada. El sur es seco, luminoso, cegador, el lugar que ha escogido la gente para vivir en continuo veraneo: 256.000 habitantes, la mitad en la capital, el extensa concha de Funchal.
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