Navego por esta enorme biografía de Capote envuelto en una atmósfera de tristeza. Su infancia no fue feliz, no sé si contra el tópico hay infancias felices; sus padres con espíritu independiente iban de un lado para otro, cada uno por su lado, como mariposas nocturnas chocando contra la luz. Capote fue puesto al cuidado de los familiares de la madre, y aunque lo cuidaron añoraba su afecto y que las promesas de su padre se cumpliesen alguna vez. Con ese hueco creció, y según el biógrafo para taparlo se construyó una personalidad excéntrica -una voz de pito, zapatos de charol, traje de modisto, gran fulard- que unida a su facilidad para la cháchara y el chismorreo sedujo a los millonarios y famosos de los años sesenta y setenta, encantados con contar en sus fiestas con una atracción tan llamativa. La biografía es enorme por el tamaño del libro y por el empeño de querer contarlo todo. Año por año, casi día por día, el autor sigue las andanzas por medio mundo, sus encuentros con gente importante, su intensa vida afectiva y sexual, su trato con ricos, políticos, actores, escritores, editores, gente de la calle y mujeres. Con quien mejor se entendía Capote era con las mujeres más hermosas de su época, a las que aconsejaba o guiaba como árbitro de elegancia en la noche de Manhattan y a las que sacaba confidencias para dotar de espesor a los personajes de sus libros.
La tristeza, como ocurre en la vida de cualquier hombre, envuelve como el largo foulard con que Capote se adornaba los inicios y la decadencia del escritor. En medio está su ascenso literario hasta la cumbre de A sangre fría y su ascenso social hasta llegar a ser uno de los personajes más famosos de su tiempo, creando un tipo de personaje que ha sido imitado hasta la náusea, desembocando en las playas sucias de Telecinco y News of the World. Tristeza porque todo él era apariencia, elevada con las artimañas del mejor artesano, en cuya superficie se reflejaba el mundo de los triunfadores. Poco a poco el artificio se fue ajando, cada vez fue más difícil taponar el boquete de su infelicidad, y entregando a la autodestrucción.
Un personaje así tenía que generar polémica, la de los envidiosos por su fácil triunfo -es llamativo el odio mutuo que se profesaron él y Gore Vidal-, la de sus ricas y guapas amigas que se veían traicionadas cuando sus chismorreos se convertían en materia literaria, la de sus amantes engañados o abandonados. Pero la polémica más interesante es la que tiene que ver con su concepción de la literatura.
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