Lo más profundo de ésta Solo una noche es lo que se entrevé en la fruncida boca de Keira Knightle en el último plano con que se cierra abruptamente la película. Tras un leve intercambio de palabras, después de la larga noche de que habla la peli, la pareja protagonista en el momento de la confidencia, un abrazo que es promesa de felicidad y fidelidad, comienza a decirse algo más en el lenguaje difícilmente interpretable de los gestos, dejando que el espectador, que sabe más que ellos, continúe la historia de la pareja. Como del inexpresivo Sam Worthington hay poco que sacar, la cámara se detiene en el rostro de la Knightle, que tras un franco mirar a los ojos de su partenaire, declina los párpados bajo un descolgado mechón, entreabre la boca carmesí y muestra más allá del perlado brillo de los incisivos el rosado túnel de mullido lecho a que se invita al mirón.
El corte y fundido en negro es tan brusco como moroso ha sido el desarrollo de la historia, en la que la pareja separada por una noche encuentra, cada uno por su lado, a una irresistible mujer, Eva Mendes, y a un antiguo novio parisino en el que no se ha dejado de pensar. La situación se estira y se estira como en aquellas películas de erotismo fino de finales de los setenta, en las que se iba desvistiendo poco a poco a los jóvenes protagonistas sin que se alcanzase lo que al espectador se prometía. También aquí los actores se desvisten algo, aunque no es ese el erotismo con el que la peli juega, sino un erotismo sentimental, propio de tiempos conservadores como estos, aunque parezca lo contrario, que resulta cansado de llevar. La historia es muy sosa, los actores más, ni siquiera Eva Mendes luce como se le supone, y la promesa de seducción, excitación y éxtasis no alcanza nunca el climax. Si han querido reeditar el éxito de Closer a fe que no lo han conseguido.
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